Marzo es un mes complicado, que nos obliga a mirar a la cara realidades con las que siempre lidiamos, pero que de ordinario preferimos mirar de reojo para poder vivir medianamente felices. Imposible pensar todos los días en las discriminaciones, micromachismos y violencias pasadas y futuras, propias y ajenas.
Marzo es el mes en el que todas nos enfrentamos con nuestras vivencias y les llamamos por su nombre frente a todo el mundo, mediante posts y videos, o que confesamos en la intimidad de una conversación. Llamamos la atención sobre lo que nos ha ocurrido a nosotras u a otras, sobre lo que condensamos en las frases que gritamos en Reforma y tantas otras calles principales del país cada 8M.
Es el mes en el que, en la medida que nuestras respectivas posiciones lo hacen posible, tratamos que los hombres no puedan ignorar nada de lo anterior, y que el día 9 acusen nuestra ausencia en los espacios laborales. Es el mes en el que, idealmente, ellos procuran hablar menos y escuchar más.
En una palabra, marzo es un mes agotador.
Pero lo es menos porque se vive con amigas.
Mientras crecía, nadie me advirtió lo importante que era tener amigas. Fui de esas niñas que tenían más amigos y —aquí yace el problema— se preciaba por eso. Había un cierto orgullo y sentimiento de superioridad en ser aceptada por ellos.
Me tomó muchos años desandar ese camino de sutil misoginia, y además entender que mis amigas —ya no de infancia, sino de esta primera adultez— iban a ser mucho más para mí de lo que mis amistades previas habían sido.
Aquí una aclaración: tengo amigos a los que quiero profundamente, que han estado en mi vida por muchos años y que son como mi familia. Por fortuna, el amor no es un juego de suma cero: mi amor por mis amigos en nada se opone al amor que le tengo a mis amigas. Y de ellas he aprendido las lecciones más importantes de mi vida.
Cada una a su manera y en ocasiones sin conocerse entre ellas, me han enseñado a salir de mí para acercarme a otras personas. De ellas aprendí la constancia y la determinación de no parar hasta conseguir lo que quiero. Y que puedo querer lo que sea: trabajar en algo que en nada se relaciona con mi carrera. Seguir aprendiendo sobre mi carrera hasta obtener otro grado. Empezar de cero en otro país. Echar raíces en el mío. Hacer planes con alguien y llevarlos a cabo con o sin esa persona. Cambiar de opinión o seguir por el mismo camino. Formar una familia. Arreglarme lo mucho o lo poco que me pegue la gana. Ser paciente y confiar en el futuro— una tarea a veces muy difícil de lograr.
Aprendo de verlas tomar decisiones y también aprendo de sentir que apoyan las mías. Cómo me reprenden cuando insinúo que no estoy segura de poder hacer algo. Cuando dudo de lograrlo. Cómo reconocen en mí cualidades que yo no he podido ver, o que para mí son más bien defectos. Cómo aplauden mis logros y minimizan mis errores, mostrándomelos como lo que son: meros inconvenientes, lecciones ya aprendidas y piedras con las que no volveré a tropezar.
Ellas han sido mis pilares, levantándome no solo con sus propias acciones sino enseñándome a ver mi propio valor, a confiar en mí. Es por todas ellas que marzo es un mes especial, que me reconecta con las mujeres que me hacen crecer, que festejan, se indignan y se movilizan conmigo, con quienes festejo, me indigno y me movilizo. Con quienes marcho y grito que abajo el patriarcado y arriba el feminismo, y vocifero la Canción sin miedo. Y con quienes seguiré caminando hasta que América Latina sea toda feminista, y después.
Marzo 2022
Imagen destacada: Giulia Sánchez Turrubiates