Por la necesidad de seguir caminando el pueblo
Soy una mujer maya que aún habita su pueblo, que recurre a él, que aún pronuncia su lengua y habla con las mujeres de su linaje. Este ir y venir en mi comunidad me ha llevado a repensar la violencia contra las mujeres; el ciclo que teje; el feminismo. Incluso me ha llevado a tener que denunciar y acompañar estos casos de violencia. Así, un día me dije que, ante ciertas situaciones, ya no puedo seguir cerrando los ojos. Es así que me atreví a pensar en este escrito.
Desde las clases de ciencias naturales en la primaria y de biología en la secundaria, hemos estudiado un “ciclo del desarrollo humano”: nacemos; crecemos; nos reproducimos y, finalmente, la muerte nos encuentra. Estas fases las sabemos de memoria y las recitamos hasta incorporarlas a nuestras vidas.
Por su parte, la naturaleza también vive a través de procesos cíclicos. Y estos ciclos nos tocan a todos. Al sembrar, pueblos enteros conocen los tiempos de la tierra. Los seres y las cosas vivimos cíclicamente. Así, aparece en la vida de muchas mujeres un ciclo que se encarna de tal modo que pareciera natural: el ciclo de la violencia —muchas veces difícil de identificar.
Muchas mujeres habitantes de nuestros pueblos mayas han tenido que acatar este ciclo natural del desarrollo a lo largo de sus propias historias; especialmente en su “etapa reproductiva”; sin fuerza y voz para decidir si desean o no hijos y, mucho menos, con quién compartir su vida.
Permanecer en el pueblo me ha llevado a diálogos de profundo dolor con las mujeres de mi linaje. Pero hagamos juntas un ejercicio de preguntar a nuestras madres, hermanas, abuelas y acercarnos para conocer sus historias de vida. Conversemos con ellas y preguntémosles sobre sus experiencias y su relación con los demás: ¿cómo vivían las mujeres de su tiempo? ¿Qué tipo de niñez les tocó vivir? ¿Cómo era su juventud?
Seguramente muchas de las mujeres de nuestros pueblos no querrán compartirnos sus experiencias, ni de las otras mujeres —o, más bien, no podrán— porque hablar de la violencia no es fácil. De repente, pareciera que aquellas mujeres mayas que nos han antecedido difícilmente tenían voz propia y muchas de ellas nunca encontraron justicia para sus dolores.
Por esto, es importante nombrar lo que muchas veces nos atraviesa a nosotras: la violencia contra las mujeres; entendida como todo aquel daño que ejerce la pareja, el novio, el esposo hacia ellas. ¿Las razones? Son muchas y se hace preciso deshilarlas: sentido de pertenencia, dueños de los cuerpos, un amor idealizado que se rompe. Un aspecto tiene que quedar claro: “un hombre violento, no nace, se hace”. Las parejas, novios y esposos violentos no surgen repentinamente.
El ciclo de la violencia
Qué tan sencillo ha sido nombrar el ciclo del desarrollo humano y qué tan difícil ha sido para las mujeres detenernos a pensar en aquella etapa que se llama “reproducción”. Quiero decir: pensarla como un proceso obligatorio y naturalizado que nos ha llevado a soportar un ciclo que roba y desgasta la dignidad de las mujeres de mi pueblo.
Este ciclo de la violencia reaparece una y otra vez en la vida de ellas sin ser cuestionado; al contrario: se convierte en resignación. Aparentemente todo está bien, hasta que el agresor encuentra el mejor momento para explotar. Pero no importa cuán grave sea el daño, existe el arrepentimiento y la promesa que conquista; como cuando se está en el noviazgo.
Posteriormente, se llega a una fase de luna de miel, en donde todo es perfecto y la relación se llena de amor; se da la reconciliación y, en medio de la tempestad, aparece la calma. Una calma aparente, porque nuevamente el agresor acumulará tensión y el ciclo seguirá su propio curso una y otra vez.
Cuántas veces hemos escuchado: “sólo estaba borracho, no quiso hacerlo, cuando eran novios él no era malo”. Acciones que atentan contra la libertad y la vida de muchas de nosotras se repiten una y otra vez casi como receta: el ciclo de la violencia contra las mujeres.
¿Quién rompe con este ciclo de la violencia?
Algunas mujeres de mi comunidad se han atrevido a cuestionar este ciclo. A pedir ayuda. A tomar decisiones propias, en busca de otra vida que de verdad corresponda a ellas. Otras han tenido que aguantar esta carga en sus hombros.
También ocurre que este ciclo de la violencia concluye cuando alcanza su máximo objetivo; es decir; cuando quien lo ejerce acaba con la vida de una mujer. No es solo un asesinato, estamos hablando de un FEMINICIDIO.
Ser mujer en mi pueblo, en Yucatán, en México
La razones por las cuales he decido tomar estas palabras y hacerlas públicas es por la urgencia de tejer diálogos entre las mujeres de mi comunidad —de nuestras comunidades— en donde los feminicidios van teniendo lugar.
Por otro lado, debemos siempre considerar que las mujeres mayas somos diversas: un solo feminismo no puede definir a ninguna de nosotras y seguramente a ninguna otra mujer. Este concepto aparece lentamente en mi comunidad, a través de la tele y las redes virtuales. Sin embargo, considero que lo importante es qué hacemos con esos feminismos en la práctica y ante la violencia que nos azota.
Con esta mirada feminista —siempre crítica de sí misma y del término Occidental— y en búsqueda de otros conceptos a través de tejer palabras con las mujeres de mi pueblo, dejo estas letras para ellas, para nosotras. Así, entiendo aquí el feminismo como ese campo de acción que me ha permitido cuestionar los ciclos de la violencia en mi comunidad.
Dejo estas reflexiones en sus manos porque es necesario seguir reflexionando sobre el ciclo de la violencia hacia las mujeres y también porque es importante visibilizar y exigir justicia por todos aquellos feminicidios.
Ser mujer, y ser indígena no resulta fácil en nuestros pueblos. Esto se muestra al momento de exigir justicia. Durante 2020, El diario PorESTO! de Yucatán ha reportado tres feminicidios en Mérida, uno en Umán, uno en Kanasín y otro en Huhí. Por otra parte, el Informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) reporta 777 casos de feminicidio a nivel nacional.
Sin embargo, habría que detenernos a conocer cuántos más de estos hechos han ocurrido y no se catalogan como tal. También pensemos en las situaciones de violencia que no resultan precisamente en feminicidios, pero que atentan contra la vida y la dignidad de las mujeres.
Tenemos que nombrar los feminicidios, porque ahí encontraremos sus causas: ella no es la culpable de su propia muerte.
El ciclo de la violencia no es un proceso natural en nuestras vidas.
Las mujeres mayas no sólo exigimos justicia, queremos que los feminicidios dejen de ser el motivo de nuestras muertes.
El impacto de un feminicidio en un pueblo maya
Cada vez escuchamos más noticias sobre asesinatos de mujeres. Las mujeres de mi pueblo dicen: “¿Qué pasa ahora que existe tanta violencia? Así no era mi lindo Yucatán, ni mi lindo pueblo. Todo ha cambiado”. Aquí les propongo pensar: ¿realmente no existía esa violencia en nuestro estado y en nuestros pueblos ¿O es que no lo sabíamos?
Nombrar el asesinato de mujeres como feminicidio no ha sido un proceso fácil. El medio independiente Guardiana explica que fue en 1976 cuando una mujer de nombre Diana Russel luchó para que estas muertes fueran tipificados como feminicidios ¿Por qué con este nombre? porque este tipo de muertes de mujeres se dan en manos de hombres por un sentimiento de desprecio y posesión hacia nosotras.
En Yucatán fue en el 2008 que se reconoció la violencia feminicida en la Ley de Acceso a las mujeres a una Vida Libre de Violencia. Antes de esto, eran considerados simples asesinatos, sin comprender las situaciones de violencia que provocaban la muerte de muchas mujeres.
Hasta diciembre del año 2020, en Yucatán se habían registrado 6 feminicidios. Estos números empiezan a adquirir sus propios rostros cuando se trata de mujeres cercanas a nosotras. Entonces, se hace necesario ir revelando las razones por las cuales surgen estos hechos.
El ciclo del desarrollo humano culmina con la muerte, pero un feminicidio no es cualquier muerte
Al feminicidio le antecede, repetidas veces, el ciclo de violencia. Pero, en mi pueblo, podemos escuchar decir que “el feminicida padece de alguna enfermedad mental”; esto es porque nos cuesta tanto creer la muerte de una mujer en manos de su propia pareja. Naturalizamos el ciclo de la violencia y no logramos concebir que uno de sus resultados sea el feminicidio.
Cuando la gente muere, en mi pueblo hay un duelo compartido comunitariamente: cada retoque de campana es una punzada en los corazones; y, en los almuerzos, las familias hablan de cómo conocieron y cómo fue la vida de esa persona.
Con los feminicidios no existe este duelo comunitario. En las calles, en la plaza y en las tortillerías escuchamos cuestionamientos hacia ella: seguramente “ella se lo buscó”. Su vida pasa a ser examinada y se concluye que así tuvo que haber terminado.
El peregrinar de las mujeres mayas y la búsqueda de la justicia
¿Qué hay de la justicia ante este tipo de situaciones? ¿Son atendidos los casos de feminicidios por las instituciones correspondientes? ¿Se obtiene respuesta en las primeras 24 horas en el momento en que se reporta una situación de violencia o un feminicidio? Aquí, los familiares de las víctimas de estos feminicidios seguro tienen mucho que contarnos y otro tanto que exigir a las autoridades competentes.
Durante el ciclo de la violencia hay un peregrinar de las mujeres violentadas: ellas buscan ayuda, recurren a familiares quienes algunas veces acompañan su dolor y, otras veces, recomiendan volver a su casa y esperar que su agresor deje de serlo.
Cuando ocurre el feminicidio, la familia empieza un peregrinar en búsqueda de justicia. Pero si ella se lo buscó, entonces ¿cómo exigir justicia? Esta es una de las primeras preguntas que las familias se plantean y, desde luego, es uno de los comentarios que más escuchamos en el pueblo.
¿A quiénes se recurre para esta búsqueda de la justicia? ¿Qué papel juegan las autoridades, el juez de paz, las instituciones que dicen defender los derechos de las mujeres? En muchos de nuestros pueblos mayas de Yucatán existen las figuras de jueces de paz —generalmente hombres adultos— que se encargan de resolver algunos conflictos comunitarios; aún es una figura respetada, pero se hace ausente ante estos casos de violencia contra las mujeres.
¿Y las autoridades municipales? En uno de los casos de feminicidio en una comunidad, una reportera se atrevió a entrevistar al presidente municipal para averiguar qué estaban haciendo al respecto. Escuchar a esta persona, reconfirma que desde nuestras comunidades no se sabe ni existe el interés para que las autoridades municipales sepan qué hacer ante situaciones de violencia y feminicidios.
La víctima del feminicidio peregrinó su vida en medio de ciclos de violencia. Ocurre el feminicidio y la familia empieza el peregrinaje hacia la búsqueda de la justicia.
Esto es un llamado
Cuando ocurren estas situaciones de violencia y cuando estas terminan por convertirse en un feminicidio, en nuestras comunidades empiezan a rondar comentarios como: “eso le pasó porque ella se lo buscó”, “para las fiestas del pueblo siempre anda con hombres, borracha y drogada”. Casi nunca nos detenemos a pensar en la situación profunda y la raíz de los feminicidios.
Considero importante recalcar: un feminicida “no nace, se hace”. Un hombre no amanece un día y decide asesinar a una mujer; recordemos que existe un ciclo de la violencia que se repite una y otra vez.
Este es un llamado para reflexionar las causas de los feminicidios, a colocar en boca de todos lo que realmente importa y es invisible a los ojos: un feminicidio nunca será culpa de nosotras las mujeres. Se hace necesario cuestionar toda la violencia cotidiana, violencia aparentemente sutil y posesión que muchos hombres tienen sobre nosotras.
Hay que replantear qué tipo de comunidad se está construyendo para las generaciones venideras. Este es un llamado para recordar que los ciclos de violencia deben y pueden romperse, debemos recuperar la vida digna.
Tomemos la justicia que por años nos ha sido negada.
Sobre la autora: Yamili Chan Dzul. Mujer maya, originaria de Sanahcat, Yucatán, México. Como parte de su proyecto de vida y en organización familiar co-fundó el Centro Interdisciplinario de Investigación y Desarrollo Alternativo U Yich Lu’um A.C. En U Yich Lu’um, es responsable del área: Aprendizajes Comunitarios; que desde un intercambio de saberes trabaja con niñas, niños y jóvenes. Forma parte de la Red de Mujeres Indígenas de Yucatán Péepeno’ob (mariposas). En trabajo colectivo con esta red colaboró en la realización de la Cartilla de los Derechos de las Mujeres Indígenas Mayas. Escribe en el blog colaborativo: Resistencias y Mujeres Profesionistas Indígenas, en donde con otras mujeres indígenas reflexionan y luchan contra la discriminación y el racismo en la educación superior. Estudió Antropología Social en la Universidad Autónoma de Yucatán y realizó la maestría en Práctica del Desarrollo en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), Costa Rica.
*Ilustraciones y animaciones de Florencia Yat.
Este contenido fue producido durante el taller “Redacción para plataformas digitales”, gestionado por Evidencia Estudio y financiado por Climate And Land Use Alliance como parte del proyecto “Comunicación y Territorio”. La iniciativa surge para ofrecer estrategias y herramientas que mejoran la labor de diversos comunicadores emergentes en temas de defensa del territorio, medio ambiente, identidad y género de la Península de Yucatán.