Sobra decir que no me gustan los sismos. No creo que a nadie le gusten, pero a mí me causan especial malestar. No estoy acostumbrada a ellos. Donde vivía antes no temblaba tanto. Es más: no temblaba nunca. Y aquí tiembla muy seguido. No me refiero solamente a los sismos como usted los entiende, no. Vivo en un tercer piso en el cruce de dos calles bastante grandes y por ellas circulan camiones enormes. Antes de llegar aquí no había visto camiones de esos. 

Pero pues figúrese que, donde yo vivía antes, todos vivíamos en casas y no en departamentos, y los edificios altos se contaban con los dedos de una mano. Y no era un rancho cualquiera como usted cree; ya vi su expresión de quién sabe de qué rancho perdido venga esta. Entiéndame, esta ciudad es muy grande y bonita pero me achicopala un poco. Sobre todo si la tierra debajo de mis pies se mueve a todas horas. A veces es por los camiones que le digo, y los oigo y sé que no es un sismo. Pero a veces tiembla sin transporte. Y yo no sé qué hacer. Y volteo y todo el mundo tan tranquilo. ¿Es que ese movimiento solo lo percibo yo? Pues así parece. 

La otra noche empezó a temblar de verdad y ni me desperté. Bueno, sí desperté pero por el barullo que armaron los vecinos, no por el sismo en sí. Ni supe a qué hora me levanté y cojeé hasta la puerta. Ah, sí, es que no le dije que no puedo caminar bien y no me muevo tan rápido como quisiera. La edad, qué le vamos a hacer. No me quejo, pero pues no puedo salir corriendo en los sismos como me gustaría, aunque ya sé que “No corro, no grito, conservo la calma”. Bueno. Pues sí tembló y estaba tan dormida que ni me cayó el veinte hasta después. 

Y claro, dos noches después, que empieza a temblar otra vez. Todo estaba oscuro y callado y no me atreví a moverme. Cerré los ojos bien fuerte, apreté los dientes y apreté la colcha con mis dos manos. Quién sabe cuánto rato después abrí los ojos y vi el techo, oscuro, de noche todavía. El sismo ya había terminado, pero yo seguía temblando por adentro. No sé qué voy a hacer con estas convulsiones internas que me dan. Ya le he dicho al doctor, pero me dice que no hay nada, que estoy bien, y me da unas palmaditas que dizque para hacerme sentir mejor pero que, le digo la verdad, me caen muy mal. No estoy loca, pues. 

¿Mi marido? No, ya no vive, el pobre. Se me murió hace mucho, antes de venir a vivir acá. Pero aunque viviera la cosa no sería muy diferente. Me daría palmaditas como el doctor y seguiría leyendo su periódico. Le encantaba leer el periódico. Lo compraba todas las mañanas en el camellón y se quedaba platicando un rato con el del puesto. Todo el mundo lo quería, allá donde vivíamos. Y la verdad que tenía lo suyo. Pero al final ya estaba muy cansado y adolorido y se puso muy necio. Pobre viejo. 

¿Mis hijos, dice? Hable más alto que no le escucho bien. Me compraron mis hijos estos aparatos, que dizque para oír, y mire que no me sirven para nada. Me los pongo cuando me visitan para que no digan que soy una ingrata, pero le prometo que sirven para dos cosas. Bueno, bueno, pues ya sé que los traigo puestos ahorita. Pero normalmente se me olvida ponérmelos. Solo que hoy me arreglé con tiempo y hasta en esto me fijé. Pero casi siempre se me olvidan. 

Me dan muchas cosas, mis hijos. Hasta me trajeron aquí para tenerme más cerca. La verdad es que me desesperan un poquito. No crea que se los digo, la verdad que no lo hago porque sé que se sentirían muy mal y no es mi intención. Pero pues oiga, una que creció sola y se las arregló sola no está muy acostumbrada a recibir regalos. Y extraño mi casa, la verdad que no me acomodo mucho en el departamento. Por eso salgo y me siento aquí todos los días. 

¿Qué le pasa? ¿Que llueve? La verdad que ni cuenta me había dado. No, aquí yo estoy muy bien. De verdad, le prometo que una lluvia no ha matado nunca a nadie. No, joven, de verdad no se apure. Vaya usted, yo aquí me quedo muy bien acompañada por mis recuerdos y mis años. 

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las 47 sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.