Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto.
Augusto Monterroso
En México, la realidad es un fluido que atraviesa múltiples dimensiones —tal vez de forma más evidente que en otras regiones humanas. Probablemente, esto es resultado de la inmensa diversidad geográfica, biológica y simbólica inherente al territorio; además de que el país es un importante punto de encuentro para múltiples flujos migratorios. Este cruce constante entre formas de mirar, genera interesantes juegos que ponen en cuestión la solidez de “lo verdadero”. Y en esta laxitud cabe el hecho de que México es el segundo productor más importante de fake news en el mundo.
En efecto, no resulta tan increíble la noticia al analizar su contexto de aparición: en México producimos, distribuimos y consumimos verdades que responden a una amplia cantidad de “fundamentos” ideológicos, estéticos, religiosos, entre otros.
Por otro lado, precisamente en ese contexto surgen preguntas: si la realidad es un fluido, cuyo transitar está modulado por distintas formas de interpretar el mundo, ¿qué es, entonces lo verdadero y qué es lo falso? y ¿dónde están los límites en las posibilidades de transmitir información que responde a nuestras creencias o sospechas; pero que otras instituciones descartan?
México, segundo lugar mundial en producción de fake news
El asunto de las fake news no es nuevo, pero ha adquirido mucha relevancia en el contexto de la pandemia por el nuevo coronavirus. La falta de certezas científicas o evidencia suficiente para describir el comportamiento del Sars-Cov-2; sus efectos en el cuerpo, y los medios para combatir la enfermedad que provoca, dejan un hueco narrativo que sirve como terreno para concebir toda clase de hipótesis. Dependiendo de quién las emita, estas terminan por ser adoptadas como verdades a mayor o menor escala. A este fenómeno las autoridades sanitarias han decidido llamarle “infodemia”.
Según la investigación de Luis Ángel Hurtado, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, México ocupa el segundo lugar en la epidemia de la desinformación, después de Turquía y antes de Brasil y EEUU. Estas “noticias falsas”, explica el investigador, circulan en redes sociales y también en medios de comunicación “tradicionales” que las extraen del ecosistema sociodigital.
La consecuencia más notable que tienen estas piezas de “información falsa” es su efecto en la población: “En algunas partes del mundo se han presentado situaciones que derivaron en cuadros de histeria colectiva; este fenómeno es preocupante.”
De acuerdo con la “Radiografía sobre la difusión de fake news en México” realizada por Hurtado, el 90% de los encuestados (1,593 personas de entre 15 y 95 años, de los 32 estados del país) afirma haber recibido noticias falsas sobre la COVID-19 vía WhatsApp; lo mismo declaran el 91% de los usuarios de Instagram que contestaron el cuestionario; así como el 89% de sujetos que utilizan Twitter y el 83% de usuarios de Youtube.
“Las cinco redes sociales más usadas por los mexicanos se encuentran en un nivel alto de circulación y propagación de información falsa … Si no tomamos la debida precaución, las redes sociales podrían ser un vehículo para que las personas que están detrás de las noticias apócrifas generen caos, incertidumbre y pánico, que pueden derivar en crisis sanitarias y económicas”, concluye el investigador.
Por su parte, Jenaro Villamil, presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR), presentó su punto de vista sobre la “infodemia” durante el informe diario sobre coronavirus en México del 16 de agosto de 2020.
En sus palabras, la infodemia “tiene como objetivo … generar pánico social, pánico moral, desestabilización, confusión en la población, por múltiples intereses … que no necesariamente tienen que ver con lo político; también tienen que ver con asuntos de … mercado y tienen que ver también con un tema de interés mediático, de ganar audiencia, de generar notas que llamen la atención.” Podríamos considerar entonces que, para las autoridades mexicanas, la producción de las fake news tiene como propósito central la “desestabilización” del estado de las cosas. Es decir, es un acto arbitrario.
El subsecretario de salud Hugo López Gatell ha hecho este señalamiento en múltiples ocasiones; sosteniendo que fuerzas opositoras al régimen gobernante utilizan las noticias falsas como herramienta para restar poder y legitimidad a los actos institucionales. Otra forma de fake news podría ser, siguiendo señalamientos del subsecretario, la descontextualización de declaraciones oficiales, para cambiar el sentido de los mensajes emitidos por las autoridades.
Según Villamil, en marzo, al comienzo de la epidemia en el territorio nacional, circularon 144 noticias falsas en redes sociodigitales; en abril fue “el pico” con 430 piezas de información y en mayo comenzó a aplanarse la curva con 266 fake news y 186 en junio. Sin embargo en julio hubo un “repunte”: de 6.2 notas a 8.7, “coincidentemente”, dice el presidente del SPR, “con la intensidad de la partidización o de la politización del debate sobre cómo enfrentar la pandemia de coronavirus. Corre paralelo, eso es muy delicado.”
Otro dato interesante es que las entidades que registraron mayor circulación de notas falsas son la CDMX, Tabasco, Veracruz, Guanajuato y Chiapas. Además, relató, el 33% de las fake news describen “falsos positivos” es decir, casos de supuesto coronavirus en figuras públicas rompiendo “el respeto a la privacidad de los datos personales en materia de salud.”
Por otro lado, el 28% de las notas falsas son sobre “medidas arbitrarias, como que si se va a ordenar el uso de cubrebocas por ley, que sin van a sancionar a tal o cual persona por ese tipo de cosas.” Detrás de esto, afirma el presidente “hay una intencionalidad de despertar el monstruo dormido autoritario que tienen muchos mexicanos.”
Otros temas clave en las fake news sobre coronavirus en México son fraudes y engaños, en torno a los Programas de Bienestar y microcréditos ofrecidos por el gobierno (18%) y en menor proporción (7%) notas sobre tratamientos o remedios.
Entre toda esta información, sin duda interesante y posiblemente útil —veremos, a la larga, cómo es utilizada— surgen dudas que, tristemente, no fueron emitidas por los periodistas que asistieron al informe: ¿cuál es el criterio del funcionario Villamil y, consecuentemente, del SPR para distinguir lo verdadero de lo falso? ¿Cuál es su proceso de verificación de datos? ¿Cuál es su definición de verdad?
Pequeño corte informativo, auspiciado por Donald Trump
Pero, ¿qué son las fake news? El término ha ganado popularidad en los últimos años, ligado al siempre grandilocuente Donald Trump; aunque en realidad fue Hillary Clinton quien lo trajo a colación durante los debates presidenciales en Estados Unidos durante 2016.
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De cualquier manera, las “noticias falsas” han existido desde mucho antes. Como se explica en este artículo publicado en el portal de la Universidad de California, Santa Barbara, “el sensacionalismo siempre ha vendido bien” y los periódicos han aprovechado esta posibilidad desde principios del siglo XIX. Ejemplos abundan, pero no nos detendremos en ello; aunque no está de más recordar que ya en 1980 se hablaba del “amarillismo” en la prensa.
Este fenómeno se ha acentuado ampliamente en el contexto de las redes sociodigitales y en general de internet. Como explica el artículo publicado por la UCSB, las condiciones de veracidad de las noticias en las redes sociodigitales son muy particulares: casi cualquier plataforma puede publicar su contenido y las redes no distinguen entre fuentes; las narraciones se comparten entre amigos y familiares, lo que las vuelve más creíbles y confiables, y lo que uno ve más en redes sociales digitales es lo más popular, no lo más verdadero.
Por otro lado, internet es un espacio donde miles y miles de plataformas de comunicación deben competir entre sí por la atención de millones de usuarios que demandan enormes cantidades de información, de preferencia “en tiempo real”. Y para captar esta atención, vale la pena adicionar los datos con una buena dosis de drama, exageración o descontextualización, para ensamblar información que puede ser más atractiva para las audiencias.
Aunque no todas las noticias falsas tienen intenciones tan concretas. No todas responden a intereses comerciales. Frente a la COVID-19 esto se ha vuelto evidente: muchas piezas de información son emitidas buscando cubrir huecos con sospechas que no han sido demostrados científicamente (o filosóficamente o hasta empíricamente); pero en los que uno o más individuos creen fervientemente.
Otros, como las llamadas “teorías de conspiración” podrían nacer de una genuina (y tal vez justificada, aunque no comprobable) desconfianza a alguna institución o sistema político, médico, entre otros. Es fácil caer en el pánico y difundir noticias que tal vez no son ciertas, pero que son muy posibles en un esquema político tan descompuesto como el de México. Sumado a esto, definir “verdad” ya era bastante complicado.
La diferencia entre la verdad y lo verdadero

La verdad es infalible. Es lo que es. Y el acceso a esa experiencia probablemente tiene menos que ver con el periodismo y más con la filosofía. Definir “verdad” es un ejercicio extremadamente delicado, que tendremos que aplazar para otro momento. Por su parte, lo más genuino, lo más honesto es hablar de “lo verdadero”, pues esto es relativo a un objeto concreto y a su contexto de aparición.
Frente a la infodemia los comunicadores tendrían que aspirar a enunciar “lo verdadero”; esto es: presentar evidencias específicas, enunciar el origen rastreable de las mismas y, si se atreven a ofrecer una interpretación, tienen la responsabilidad de mostrar tanto como sea posible del proceso cognitivo y simbólico que dio lugar a esta. Por otro lado, es urgente hacerse la pregunta: ¿lo que estoy diciendo es verdadero? ¿Está fundamentado en una experiencia específica y los rastros de la misma? ¿Cuál es mi criterio para distinguir lo verdadero o falso?
También hablemos como audiencia. Entonces:
¿Qué hacer para acabar con la epidemia de fake news?
“Hay que cortar la transmisión”, dice Jenaro Villamil, siguiendo estos tres pasos: revisa la fuente, debe ser confiable y conocida; verifica que la noticia sea actual y que haya ocurrido donde se señala; revisa el contenido. Luis Hurtado, propone otros pasos: no creer al 100% lo que se dice en redes sociales; corroborar antes de compartir; guardar la calma y no dejarse llevar por los impulsos.
Esta interesante nota del New York Times da un consejo, tal vez, más útil: en colectivo, tenemos que aprender a involucrarnos con procesos críticos de pensamiento. Hacerlo, considero, nos permitiría interpretar la información y entender su contexto y funcionamiento; su efecto en nosotros, en nuestras vidas y cuerpos.
En Evidencia Estudio sugerimos lo siguiente:
- No hay que confundir el “pensamiento crítico” con una irreversible actitud anti-institucional. Negar siempre lo que dicen las autoridades sanitarias “porque el gobierno miente, la OMS miente, los gringos mienten”, podría poner en riesgo la salud (o existencia) propia y la de otros.
- Si no tenemos evidencia propia de que una declaración institucional científicamente comprobada es falsa o verdadera dentro de nuestro esquema de creencias, es conveniente atenderla. Aquí usamos cubrebocas.
- A saber: lo verdadero es tal, por su plasticidad, no sólo por su origen. Es decir; lo que decimos es verdadero no solo porque es comprobable, sino porque tiene efectos tangibles en la existencia de otros y uno mismo. Lo que decimos siempre modifica el estado de las cosas y en ese sentido es verdadero: ¿asumimos esta responsabilidad al hablar?
- Al juzgar una pieza de información es importante tener claro cuál es el sistema generalizado de datos con el que la estamos comparando o a través de qué parámetros estamos juzgando. Vale la pena que este sistema generalizado esté respaldado en evidencias concretas sobre las que se sostienen nuestras hipótesis descriptivas del mundo.
- Por último: no hay que descartar la vivencia como evidencia. Las vivencias son muy in-formativas; no precisamente porque son “hechos”, sino porque nuestras vivencias definen nuestras condiciones de lectura del mundo. O, para ser más confusos, sabemos lo que somos, porque somos lo que sabemos. 😉