Muchos millennials tenemos una pequeña obsesión con la productividad.
Evidentemente, es un concepto que heredamos de otro tiempo y que está fundamentado en la vida mítica de los boomers —nuestros abuelos y bisabuelos—, quienes a nuestra edad ya habían conquistado todos los hitos existenciales: tener una casa propia y automóvil; articular una familia; trabajar en una oficina por horas aparentemente interminables, que solo se suspenden en las “vacaciones”; entre otros sueños modernos.
Por otro lado, vivimos anclados en la comparación. Consumimos constantemente las vidas de otros a través de las redes sociales digitales (RSD) y nos regocijamos cuando tenemos algo digno de compartir. Es una competencia silenciosa entre automanifestaciones, cuyos triunfos y derrotas terminamos por apreciar solo nosotros mismos; encerrados en la soledad de nuestro propio cuerpo.
Así, queremos hacer siempre más. Aunque no todos queremos hacer las mismas cosas; eso está claro. Y no todos tienen tiempo para rondar estas divagaciones, pues sus cotidianidades tienen otra clase de exigencias; algunas tan intensas que si el sujeto en cuestión no produce —por sí mismo o para alguien más— no sobrevive.
La fiebre de las “morning routines”
Por otro lado, nos cuesta muchísimo trabajo ser productivos. Tenemos demasiadas distracciones, fatiga, ansiedad, y demás malestares. Ahora mismo, estamos bien entrados en una pandemia global que le ha arrebatado el papel protagónico en nuestras pesadillas a otros fenómenos como el cambio climático, la violencia de género y los tuits de Donald Trump.
Pero hemos encontrado una forma muy millennial de arrearnos unos a otros: compartirnos estrategias para ser más y más productivos vía blogs y RSD. Es útil y muy necesario: algunos sí saben navegar este tiempo (o por lo menos aparentan hacerlo bien) y tienen la responsabilidad de orientarnos a todos.
Y el producto más representativo de este movimiento son las “rutinas matutinas” o “morning routines”. La cantidad de contenidos digitales sobre el tema, lo demuestra; cuando buscas “morning routine” en Google, por ejemplo, hay 445 millones de resultados disponibles —en español hay poco más de 600 mil.
Las rutinas matutinas son un producto que vende bien y los millones de gurús de la productividad contemporánea lo saben: la mayoría de los millennials necesitamos muchísima ayuda hasta para levantarnos de la cama y aprovechar al máximo la hora que tenemos entre ese frustrante momento y el instante de salir al trabajo (o hacerlo desde casa… ¡qué tiempos!).
Preferiría no hacerlo
Sin embargo, hay que preguntarse ¿a qué forma de existencia realmente responde la noción de “productividad”? ¿Qué esquema de hacer comunidad y de ser sujeto nos impulsa hacia este ser donde nuestro cuerpo no es más que una fábrica eterna?
Muchos millennials tenemos una expectativa de nosotros mismos muy detallada e ineludible, que incluye una alimentación ideal; una responsabilidad con el entorno y los otros ineludible; un cuerpo ultra flexible —esto incluye nuestra sexualidad—, y un rango de consumo cultural enorme: nos fascina decir que nos gusta de todo y que sabemos de todo; especialmente, presumir que podemos articular el mundo desde diversos niveles de lectura, simultáneamente. Y si no nos levantamos temprano y no desgastamos cada traza de nuestra energía en esta tarea de subjetivación, ¿qué seríamos?
Pero —hablando de sobreinterpretar lo que nos rodea— hay personajes a considerar; sujetos que enfrentan la productividad con una mirada “inoperante”, que podrían inspirarnos a desactivar la inexorable rutina matutina. Y, tal vez, uno de los más icónicos es Ferris Bueller.
Pero antes: una breve aproximación a “lo inoperante”, cortesía de Giorgio Agamben
Uno de los conceptos centrales del filósofo italiano Giorgio Agamben es “lo inoperante” —que, en este texto, es sinónimo de “improductivo”. En muy resumidas cuentas, Agamben plantea que todos los objetos que nos rodean actúan como “dispositivos” y están dispuestos en el mundo para ser utilizados de formas concretas y simultáneamente nos obligan a usarlos así.
¿Y qué determina la disposición especial de un objeto con respecto a su uso? Sobre todas las cosas: su forma, sus particularidades técnicas. Una llave no se utiliza para beber té, así como una taza no sirve para cargar un teléfono; o tal vez sí, excepto que la forma de ambas —llave y taza— es una representación de un saber sobre la materia que yo perpetuo en mi usar taza y llave para abrir puertas y beber líquidos.
En este perpetuar yace una relación de poder entre quien fabricó la taza y yo. Yo sirvo al propósito de la taza y ella sirve a otro propósito que yo, por distracción, tal vez ni conozco o intuyo.
Por otro lado, podría-no usar la taza o podría-no usarla para beber líquidos o medir ingredientes. Esta posibilidad que nace en la imposibilidad, este momento de suspensión de la disposición de la taza (y mía), es lo que vuelve al objeto o circunstancia “inoperante” y lo que, ciertamente, pone en riesgo la noción de productividad.
El día que Ferris Bueller activó lo inoperante
“Ferris Bueller’s Day Off” (Hughes,1986) es una película clásica ochentera, amada por su música; su trama ingeniosa y sencilla; las inolvidables actuaciones, y probablemente, el gran estilo de los personajes. La premisa es sencilla Ferris Bueller, un rebelde sin causa y sin muchos dramas, decide tomarse el día libre y faltar a la escuela, una última vez antes de acabar la preparatoria.
No hay motivaciones claras para hacerlo, excepto que hace muy buen clima, el día está precioso y la vida es demasiado corta. De todas formas, no parece ser tan importante. Así, a través de una serie de artimañas —como fingir que está enfermo, hackear el sistema de asistencias de la escuela, instalar un maniquí bastante precario para que lo sustituya— logra irse de pinta, con su novia y un amigo que, ante su propio drama de “productividad”, faltó a la escuela por estar “realmente enfermo”.
Sin camino determinado, los 3 pasean por la ciudad de Chicago, visitan algunos de sus sitios más icónicos (como la Torre Sears y el Instituto de Arte) y permiten que en el amigo se desenvuelva una necesaria crisis existencial con un final memorable.
A lo largo del filme, Ferris rompe constantemente la cuarta pared (incluso con otros personajes presentes) para darnos consejos y explicaciones que definitivamente apuntan a restarle seriedad al mundo que articulamos con nuestra productividad y procurar, por lo menos por un día, privilegiar el “preferiría no hacerlo”. Al mismo tiempo, el personaje parece no temerle a nada y se toma el tiempo de modificar la disposición de las cosas, los objetos, los lugares y las personas: se detiene en lo inoperante y luego los hace operar desde nuevas posibilidades.
¿Y por qué el millennial frustrado debería recuperar estas meditaciones ochenteras? Porque nuestra fiebre por la productividad es una lucha contra nosotros mismos para capitalizar nuestro propio tiempo y no obtener de este trabajo muchas ganancias. Además, porque lo que pensamos que es “el mundo” y que consumimos sin pausa en las redes, en los blogs, en los videos, son solo una serie de comentarios sobre un espacio abstracto que no nos son propios.
Tal vez la premisa de Ferris Bueller es de “típico adolescente”; pero es encantadora y atractiva, porque en el fondo sabemos que es necesario suspender la productividad y sólo operar cuando sepamos a qué le estamos invirtiendo energía; solo operar cuando sea claro a qué estamos dispuestos.
Ritual matutino para dislocar tu productividad
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- Elige el día de forma arbitraria. El momento se te revelará sin más: hoy es mi día inoperante.
- No es necesario perpetrar la productividad del mundo. Hazte el dormido. Hazte la enferma.
- Si llegas a abrir los ojos, hazlo bien. Mira el cielo.
- Come y bebe. No importa qué. Lo que importa es para qué. Come para cultivar la pesadez o come para moverte con ligereza. Come para saber. O come para hacer muecas.
- Música. Especialmente: canta en la regadera.
- Sobre-vístete. Cada prenda es una manifestación de disposición. Asume tu disposición.
- Pausa. Espera. Observa.
- Rompe la cuarta pared. Relata a la audiencia todas tus divagaciones. Pero olvídate de las redes sociales…
- Siente cada cosa: la bata, el agua fría o caliente, cada cambio de ropa.
- Sal. Haz de la casa un espacio inoperante.
- Deja que la ciudad o el pueblo hagan el camino. Después, brinca bardas, rompe las expectativas de los otros. Toca el cuadro. Vuelve a comer.
- No bailes en público. Baila lo público. No cantes en público. Canta lo público. No hagas el ridículo. Permite que el ridículo te haga a ti.
- Regresa a casa antes de que cualquier productivo note tu ausencia.