La revista Rolling Stone llamó a Rupi Kaur la reina de los “instapoetas”; un título que casi cualquier persona nacida antes de 1990 pondría en duda. Sin embargo, la escritora presume ya poco más de 4 millones de seguidores en Instagram y su trabajo está reviviendo el interés de sus contemporáneos por un género típicamente distante y considerado inaccesible: la poesía.
Su delicada propuesta contrasta radicalmente con el insistente flujo visual propio de esta red social digital. Instagram —que se caracteriza por privilegiar la imagen sobre el texto— propicia una experiencia orgiástica para la mirada; volviendo a sus usuarios adictos a pasar de un gráfico al siguiente, en cuestión de segundos. La experiencia se trata menos de incentivar actos reflexivos y mucho más de conducir a una vivencia impactante; pero breve. En ese sentido, la misma plataforma —su algoritmo— favorece la alta calidad de imagen y al video antes que a la fotografía. Por su parte, el algoritmo de nuestra cultura antepone los colores sobre las escalas de grises y lo “llamativo” en lugar de lo “discreto”; esta actitud cultural, ha terminado por reflejarse en los parámetros de este espacio virtual.
Pero, como aliviando esta tendencia, está Rupi Kaur, con sus piezas que ciertamente piden un poquito más de reflexión y que urgen una pausa para ser leídas. Ligeras viñetas no conectadas entre sí, que, en un verso bastante libre, tocan temas de amor, desamor, ser mujer, autoestima, machismo, feminismo, etnicidad, entre otros; normalmente acompañadas por un pequeño dibujo de líneas sencillas; siempre negro sobre blanco.
Aunque no todo es Instagram para esta mujer con ascendencia india y nacida en Canadá: su primer libro “milk and honey” vendió más de 3.5 millones de copias en su segunda edición. Además, la escritora ha sido objeto de fuertes críticas a su obra y a su persona, de parte de diversos gremios.
Rupi Kaur, la reina de la controversia
A Kaur no le gusta complicarse con el lenguaje. No es que su estilo sea precisamente económico; pero sí usa pocas palabras y sus versos son extremadamente directos. No es una usuaria asidua de las metáforas y, como muchos reclaman, utiliza sus palabras de forma universalizante, haciendo partícipes de sus propias emociones y experiencias a todas las mujeres; especialmente esas con quienes comparte origen étnico.
Todos estos rasgos de su obra han sido utilizados para contrariarla. No son pocas las parodias de sus poemas que han sido fabricadas en forma de memes y que se aparecen no solo en Instagram, sino en otras plataformas sociales digitales. Pero como declaró para Rolling Stone, ella no considera que su obra sea simple: “Es como un durazno. Debes remover todo y llegar hasta su semilla.” Su poesía, explica, responde a la necesidad de generar versos muy accesibles, que representen la emoción humana en su forma más básica.
En ese sentido, su redacción prescinde de puntuación y mayúsculas. Este acto, explica la autora, es para honrar a la cultura de su madre, la etnia Punjabi; pero también para facilitar la lectura, de manera que no sea necesario diseccionar su trabajo “como en una cirugía”, cosa que ella hacía con los autores clásicos cuando estaba en la escuela y que, evidentemente, no disfrutaba. Por esta decisión estilística Rupi Kaur fue acusada de plagio por la poeta Nayyirah Waheed; pero el asunto no trascendió demasiado.
La crítica más dura que se la ha hecho no tiene que ver con su estilo; sino con sus tópicos. Su trabajo más extenso (el que reserva para los libros y pocas veces se viraliza) hace visible lo que ella considera que significa la experiencia migrante para las mujeres del Sur de Asia y las consecuencias de la violencia sexual que muchas de ellas experimentan en su tierra natal.
Mientras que algunos celebran que Kaur encuentre en su obra los medios para expresar sus propios traumas y dolor, haciendo llegar a la audiencia más “blanca” el mensaje de las mujeres sudasiáticas; otros consideran que está explotando estas experiencias colectivas para venderle libros a esta audiencia más “mainstream”; modelando las vivencias de tal forma que se acomoden a lo que sus lectores occidentales pueden soportar. Sus poemas, escribió Chiara Giovanni, son lo suficientemente vagos como para que cualquiera pueda identificarse, sin importar sus orígenes étnicos o su historia de vida; el problema, percibe la misma Giovanni es que “Su ambición por actuar como una vocera de la experiencia mítica de la mujer sudasiática también se extiende más allá del presente y hacia el pasado.” Esta universalización a algunos les resulta peligrosa; pues en lugar de representar, invisibiliza.
Todo esto es digno de ser debatido y reflexionado; especialmente por sus “instafans” y lectores; pero hay algo que las críticas a Rupi Kaur comparten y es que ninguna de ellas parece dudar, siquiera, que el trabajo de la autora sea poesía.
Rupi Kaur, ¿es poesía?
Desde la publicación de Milk & Honey, el género de poesía se ha convertido en una de las categorías de más rápido crecimiento en la publicación de libros. Según un grupo de investigación de mercado, 12 de los 20 poetas más vendidos el año pasado (2017) fueron Insta-poetas, que combinaron su trabajo escrito con publicaciones compartibles para las redes sociales; Casi la mitad de los libros de poesía vendidos en los Estados Unidos el año pasado fueron escritos por estos poetas.
Este año (2018), según una encuesta realizada por el National Endowment for the Arts y la Oficina del Censo de los EE. UU., 28 millones de estadounidenses están leyendo poesía, el mayor porcentaje de lectores de poesía en casi dos décadas. La editora de Kaur, Kirsty Melville, lo ha visto de primera mano: «Solía ser que la poesía estaba en la parte trasera de la tienda al lado de los baños, y ahora está al frente», nos dijo. “Y eso naturalmente ayuda a las ventas de todos los poetas. Los clásicos y otros poetas contemporáneos están vendiendo”.
Para las librerías, las editoriales, los críticos, los fans y ella misma, no hay duda: el trabajo de Rupi Kaur es poesía. Y tal vez lo sea, en el sentido de lo que señalan Faith Hill y Karen Yuan para la revista The Atlantic: a pesar de lo que digan críticos como Rebecca Watts sobre la instapoesía (que la poesía carente de arte vende), “la poesía, como cualquier otro arte, debe adaptarse al mundo que cambia a su alrededor.”
Pero vale la pena poner en duda al género en sí; sobre todo ahora que está recapturando la atención de los lectores contemporáneos —particularmente en Estados Unidos; país que para bien y para mal suele marcar la dirección del consumo cultural globalizado. Entonces, comencemos por preguntar ¿qué es poesía?
Comenzar por su definición más aceptada puede volverse confuso. Según la RAE, poesía es la “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.” Pero la belleza es una categoría de la materia que va mutando en el tiempo; que responde a las políticas estéticas de su contexto. Por su parte “el sentimiento estético”, sería algo así como la sensación en el cuerpo provocada por un objeto, probablemente artístico, pero es impreciso. Esta definición es desmesuradamente generalizante y necesitamos adentrarnos a un análisis más específico.
Podemos dirigirnos directamente a una segunda pregunta: ¿cuál es la función de la poesía? El teórico de la cultura Terry Eagleton propone en su libro Cómo leer literatura: “La poesía se ocupa no solo del significado de la experiencia, sino también de la experiencia del significado”. Esto quiere decir que la poesía no es simplemente un comentario sobre lo que le acontece a su autor; sino que su función es —y valdría decir, sobre todo— generar la experiencia de la comprensión.
Comprensión, aquí, no es una palabra elegida azarosamente. Comprensión sería vivir la “experiencia del significado”; pero no solo verla acontecer, sino abrazarla, hacerla propia. Esto dirige a pensar que la poesía, al no ser nada más un análisis sobre lo que provoca una experiencia, se trata menos de referir o representar y más de inferir y presentar.
El filósofo H.G. Gadamer lo explica de esta manera en su ensayo “Poetizar e interpretar:
La palabra del habla cotidiana, así como la del discurso científico y filosófico, apunta a algo, desapareciendo ella misma, como algo pasajero, por detrás de lo que muestra. La palabra poética, por el contrario, se manifiesta ella misma en su mostrar, quedándose, por así decirlo, plantada. La una es como una moneda de calderilla, que se toma y se da lugar a otra cosa; la otra, la palabra poética, es como el oro mismo.
Al mostrarse como experiencia en sí misma, la palabra poética es lo que Gadamer considera “lenguaje eminente”; sobresaliendo entre toda otra forma de lenguaje por su manera de estar presente en el mundo. Encontrarse con la palabra poética nos detiene, como si encontrásemos un bloque de mármol en medio de un bosque; donde los árboles nos remiten a la belleza porque la refieren (nos vuelven hacia ella), el bloque nos expone a la belleza, pues la infiere (la trae a nosotros). Es así que lo poético no evoca una experiencia universal, sino que es una vivencia plenamente particular; reservada solo para aquel que en cada caso se encuentra con ella.
Por eso la poesía no mantiene un significado unívoco. Escribe Gadamer:
La multivocidad de la palabra poética tiene su auténtica dignidad en que corresponde plenamente a la multivocidad del ser humano. Todo interpretar de la palabra poética interpreta sólo lo que la poesía misma ya interpreta. Lo que la poesía interpreta y lo que ella señala no es, naturalmente, lo que el poeta mienta. Lo que los poetas mientan no es, en nada, superior a lo que la gente opine. La poesía no consiste en mentar u opinar algo, sino en que lo que se ha mentado y lo dicho están ambos ahí, en la poesía misma.
Desde este momento, podemos comenzar a sospechar, que el planteamiento de Rupi Kaur sobre una poesía accesible, con un significado concreto y universal, tiene algo de erróneo. La poesía debe ser interpretada; no por ello necesariamente compleja en su estilo, pero sí eminente. La poesía no nos hace mirar hacia otro lado; mucho menos “al interior”. Nos hace desentrañarla; nos obliga a establecer una potente relación con ella; relación que nos desviste y nos corrompe, porque nos transforma y, en ese acto, nos violenta. La palabra poética nos acerca; nos abraza; nos comprende. “Eso es ser humano, enredarse en la interpretación de lo ambiguo”, así lo escribe el filósofo. El poeta es lo de menos. La relación es entre el poema y uno:
El que quiere comprender un poema se dirige solo al poema mismo. Mientras, frente a un poema, se ande preguntando por un hablante que quiera decir algo con él, no estaremos todavía, ni mucho menos, en el poema mismo.
Es así que la pregunta adecuada no es ¿el trabajo de Rupi Kaur es poesía? La pregunta es si el poema se ha hecho aparecer ante nosotros, como tal:
El poema no está ante nosotros como algo con lo que alguien quisiera decir algo. Se yergue ahí en sí. Se alza tanto frente al que poetiza como frente al que recibe el poema. ¡Desprendido de todo referir intencional, es palabra, palabra plena!
Y si nos hemos encontrado con él y ha modificado nuestro estar, haciéndonos presentes con él, entonces es poesía. Y si no, pues no. Entonces, ¿lo es?