Esperanza, desde joven, tenía una capacidad excepcional para hacer diagnósticos. A sus 17 años, tras una visita a la tía Emma, hizo el primero y le dijo a su madre sin asomo de duda: “Se va a morir en dos semanas”. Y sí, la tía Emma cumplió el diagnóstico de su sobrina en tiempo y forma. 

No se trataba de un don sobrenatural, ni nadie lo consideró así. Tampoco había tiempos establecidos para que Esperanza se pronunciara sobre la salud o el destino de alguien. Pero cuando se decidía a comunicar un diagnóstico, todos prestaban atención. Década tras década, su exactitud le fue ganando el respeto de toda la familia, tanto de los parientes de su edad como de las nuevas generaciones.

El paso de los años fue la razón por la que su madre —a quien había comunicado con tanta precisión el destino de la tía Emma— se convirtiera en la principal receptora de sus diagnósticos. Constantemente, la ahora abuela estrenaba dolencias que era necesario observar y explicar. 

La más emblemática fue la presencia de ronchas inexplicables en dos exhibiciones. Dos veces se reunió la familia ese mes para festejar dos cumpleaños en dos restaurantes diferentes. Fuera de la compañía, no había más elementos comunes que explicaran de forma evidente la recurrente presencia de ronchas en su piel, adelgazada por los años. “A lo mejor es alérgica a nosotros”, bromeó la nieta más joven. Su ingenio no fue celebrado por nadie; todos estaban preocupados sobre lo que podrían significar las marcas. La abuela, por lo general tolerante al dolor, era con mucho la más inconforme: la comezón no le permitía un momento de descanso.

Tras pensar cuidadosamente un par de días, Esperanza se pronunció con autoridad. Había inferido que las misteriosas ronchas de su madre se debían a una alergia a las fresas. “¿Cuáles fresas? Pero no soy alérgica a las fresas”, se defendió con sorpresa la interfecta. Tenía bases para pensarlo, pues las había comido durante 80 años sin consecuencias. “Las alergias pueden desarrollarse”, sentenció Esperanza, blandiendo la lista impresa de síntomas extraída de algún sitio virtual de médicos. “Y las dos veces comiste postres con fresas”. Todos callaron ante tanta claridad. Uno que otro se quedó con la duda, pero al no tener otra idea que aportar, decidió guardar silencio. Y entre que sí y entre que no, la abuela pasó el resto de sus días sin fresas en la dieta.

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.