Nancy y Marcos eran amigos; se querían como tales, y a veces un poco más. Ambos lo sentían pero nunca hablaban al respecto. Sabían, sin decírselo, que llegaría el momento en el que se querrían más, y llegado ese momento estarían juntos. Por lo pronto, se contentaban con reunir sus soledades un par de veces al mes y salir a comer, cenar, al cine o a la exposición de moda.

En unas ocasiones se querían más que en otras. A veces, él tomaba la cuenta y la disuadía de poner la mitad. En otras salidas se rozaban los dedos, pero jamás lo mencionaban después. La mayoría de los encuentros, sin embargo, consistían en compartir todo lo que se puede compartir sin tocar al otro: pizzas, palomitas, taxis, sonrisas, carcajadas incontenibles que ella reservaba para las personas más queridas de su vida. 

Un día ella lo sintió más decidido en sus sentimientos. Él siempre la hacía sentir completamente cómoda con ella misma; y Nancy había tratado con suficientes hombres en su vida para saber que eso no sucedía con frecuencia, por lo que ella valoraba especialmente ese rasgo de su carácter. Pero ese día había algo diferente en el aire; no supo qué fue, pero le pareció más varonil, más alto, más galante, más resuelto, mientras la veía llegar a su punto de reunión predilecto. 

Al día siguiente ella seguía dándole vueltas al asunto. ¿Por qué él había sido aún más adorable con ella que siempre? ¿Habría decidido acelerar el proceso de quererse a distancia, ese del que no hablaban? ¿Ella había omitido darse cuenta de algo importante? Al hacerse esta última pregunta, supo de inmediato que la respuesta era afirmativa. Sí. Algo había cambiado en él y esperaba que ella lo notara. De ahí la actitud seductora de Marcos, recién estrenada. Quería presumirle algo, y ella lo había omitido por completo. 

Y de repente se dio cuenta: se había cortado el cabello. Sin tenerlo definitivamente largo, lo mantenía con una extensión que le cubría del todo el cuello de la camisa y le permitía tener una melena por la que pasar los dedos en sus escasos momentos de vanidad, así como un mechón que le caía en los ojos cuando se agachaba a escribir con concentración o a recoger algo de lo que Nancy tiraba constantemente al piso —porque era una persona inusualmente torpe en sus movimientos. Pero en ese momento, nada se le antojaba más torpe que no haberse dado cuenta de ese cambio tan significativo. Marcos adoraba su cabello, pero sabía que ella lo prefería corto. Y se lo había cortado y ella no lo había notado. 

Se sintió triste y preocupada. Aunque él no era rencoroso ni tenía el nefasto hábito de revivir viejos enconos, Nancy temió haber quebrado al menos un pequeño trozo de aquello que llevaban meses construyendo. Que él pensara que no le importaba podía ser algo que cambiara el rumbo de su relación para siempre, que cambiara las expectativas de él sobre ella. 

¿Debía decirle algo? ¿Enviarle un mensaje? ¿Disculparse? ¿Explicar que se había dado cuenta de su cambio 24 horas después de verlo? ¿O era mejor dejarlo pasar y no decirle nada nunca? Esa opción le pareció la mejor. Finalmente, ella lo quería igual con el cabello como lo tuviera. No era un buen precedente para su futura vida en común señalar los cambios materiales como importantes. 

Se decidió por esto último con reservas. Se dijo que estaba bien cambiar el plan la próxima vez que se vieran si la ocasión se prestaba a hacer algún comentario amable. Podía, incluso, servirle como pretexto para decirle algo un poco más coqueto; para ser un poco más directa. La fecha del siguiente encuentro quedó acordada para menos de dos semanas después; un lapso inusualmente corto comparado con la regularidad normal con la que se reunían.

Nancy se esmeró especialmente en su arreglo y se propuso ser más amable que siempre para subsanar cualquier resabio de resentimiento que él pudiera tener hacia ella por su falta de atención. Salió con más anticipación de la usual para evitar hacerlo esperar, y le sonrió con todo el cariño del que fue capaz mientras lo veía acercarse al restaurante escogido para ese día. Se abrazaron al saludarse, como solían. Y en ese abrazo ella vio que el cabello le cubría el cuello de la camisa y sintió su mechón en la oreja.

 

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.

*Imagen destacada: John Stezaker