Interrumpí mi lectura con un respingo. Mi hermano espiaba sobre mi hombro las palabras que describían las teorías políticas cuya comprensión se me resistía y que, con la vista hacia el mar y la paz de la que gozábamos, parecían francamente inútiles.

– ¿Ya se durmió el bebé?

– Sí, Ale está con él. Me pidió que le trajera algo de la tienda. ¿Me acompañas?

Asentí a la vez que cerraba el libro sin fijarme en qué página me había quedado. 

Quien nos conociera a Luis Fernando y a mí por separado jamás podría adivinar nuestro parentesco. Sería erróneo afirmar que tenemos muchas cosas en común, fuera de una historia compartida. ¿La familia nace o se hace? Probablemente ambas. Miré por la ventanilla mientras Luis conducía relajado por las calles de aquella ciudad costera, su ciudad natal por elección. 

¿Cómo habíamos llegado aquí? Quién sabe. Dos años antes no hubiera podido imaginar una escena como esta. Luis, el tío eterno, era ahora papá del bebé más feliz que yo hubiera visto jamás. Yo, la persona más llorosa que conocía por el momento, sonreía mientras entrecerraba los ojos ante el brillo implacable del sol playero. 

Ni las sonrisas de Emiliano — el bebé — ni mis lágrimas carecían de explicación. Todos los bienes y los males del mundo pueden explicarse en relación a cantidades de amor: mucho amor; poco amor; amor en existencia, pero no en abundancia. Al final, todo se explicaba así. Cuando uno entiende eso, los males de amor (¿qué no lo son todos?) parecen tener solución. Y Luis era siempre la solución. 

Por eso mis lágrimas y yo habíamos decidido pasar unos días en el hogar más amoroso en el que yo haya puesto pie. Luis tenía edad de ser mi tío, pero la vida había decidido hacernos hermanos. A estas alturas, seguirlo siendo era una decisión deliberada, ya no un mandato de la sangre que compartíamos a medias. Hubiéramos podido abandonarnos y olvidar los lazos que nos habían unido durante los primeros años de mi vida, pero habíamos optado por quedarnos juntos. No conozco a nadie más que haya tenido la oportunidad de desprenderse de su familia y haya decidido no hacerlo. Pero, sin duda, esa decisión nos había unido como ninguna otra.

Volvimos a la casa y vimos a Ale y al bebé dormidos lado a lado. Abracé a Luis como lo vengo haciendo desde que tengo edad de dar abrazos: de costado, a la altura de su torso. Él me abrazó como lo viene haciendo desde que tengo edad de que me abracen: sobre mis hombros. Fue entonces cuando supe que el hombre de mi vida será el que al abrazarme me transmita la misma paz que Luis. Luis sigue siendo el antídoto a la falta de amor.

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.

*Imagen destacada: Observatorio de la NASA.