Terrorismo no es un concepto que nació después del 11 de septiembre de 2001. De hecho, tampoco fue acuñado para referirse a organizaciones criminales. La palabra surgió durante la Revolución francesa para nombrar los actos del recién instaurado Estado revolucionario en contra de sus opositores. Terroristas eran los agentes dedicados a ejercer esta política de violencia. No en vano el tiempo que transcurrió entre 1793 y 1794 es llamado “El reino del terror”.
Terrorismo, entonces, era considerada la “violencia perpetrada por un gobierno” hacia sus civiles. Aunque, según este artículo del portal digital de Merriam-Webster, en los años 20, el concepto tuvo un giro publicitario y se utilizó para nombrar los actos de gangster contra el gobierno y la población. Así, el terrorismo pasó de ser una política de violencia a una violencia con fines políticos; terror para manipular gobiernos, en otras palabras.
Después del 11 de septiembre de 2001, esta definición se endureció bastante. Los medios de Estados Unidos y los analistas sociales, culturales y filosóficos tomaron posesión de la palabra y la han utilizado para legitimar opiniones, ciertamente, sesgadas sobre los países de Medio Oriente, sus gobiernos y diversas organizaciones políticas y civiles.
Desde la narrativa occidental, el terrorismo se ha transformado en un medio para empujar los intereses de algunos países de Medio Oriente a través de diversos intentos de intimidación a los gobiernos Occidentales. Sin embargo, son pocas las narrativas que muestran a los actos y a las organizaciones terroristas como una consecuencia histórica de las acciones de Occidente sobre los territorios mediorientales.
El ataque a las torres gemelas como fenómeno —no como verdad histórica, porque esta tiene muchos puntos partida— inaugura una nueva era: finalmente las consecuencias más terribles alcanzaron a los poderes del Estado Occidental; Estado que ha construido su legado a través del despojo, la invasión, el terror y la colonización cultural —que no solo consiste en la adoctrinación, también en la apropiación ilegítima de símbolos.
El “terror” en su manifestación más incisiva, más inmediata y potente ha sido, por su parte, la jugada que otras formas de estar en el mundo han articulado en respuesta a esta historia.
No hay justificación alguna para lo que sucedió en 2001 y tampoco para los múltiples actos de violencia hacia la población civil ejecutados por diversas naciones (orientales y occidentales) durante los últimos 20 años. La absoluta falta de ética es lo que aún lastima: nunca ha habido concesiones.
En 2001, lo “civil” se expuso globalmente como una fracción de lo social absolutamente desprotegida y víctima de los intereses de múltiples entidades abstractas —los Estados y las llamadas organizaciones terroristas— pero compuestas por sujetos específicos que toman decisiones completamente anti democráticas —y sí: también estamos hablando de los gobiernos estadounidenses.
Por otro lado, ¿quiénes son los terroristas? ¿Quiénes son estas entidades «destructivas»? y ¿por qué su aparición ha sido la consecuencia histórica del desarrollo de Occidente?
La historia del terrorismo contemporáneo no comienza en Oriente.
Su concepción no aconteció entre dunas e interpretaciones de la sharia; sino en un sitio verdaderamente siniestro, más parecido a los salones de Versalles, adornados con despojo; financiados con el sufrimiento de múltiples civiles; incluidos aquellos que, alguna vez, veneraron y admiraron su opulencia y divinidad.
Entre estas derivas ha surgido “Fumes From a Burning Substance”, una serie de ensayos que exploran la definición de terrorismo y otros conceptos asociados que, a lo largo de estos 20 años —algunos de ellos desde mucho antes—, han destrozado, por lo menos mediáticamente, la autonomía política y la legitimidad cultural de los países de Medio Oriente a nivel internacional.
A lo largo de esta serie de textos, hablaremos sobre violencia y terror; pero también su relación con la belleza y la pureza. Exploraremos la necesidad de Occidente de definir al terrorismo; de la necedad de hacerse de un enemigo, y de las consecuencias que ha provocado esta explotación de otros sujetos y otros territorios.