La historia de todos está escrita en alguna parte. El origen de lo que amamos, de lo que odiamos, de lo que somos, es rastreable a un papel, con más frecuencia de lo que pensamos. 

Alejandra aprendió esto en su tercer lunes de desempleo. Se sentía vacía. Sabía que tenía que emocionarla la perspectiva de un nuevo comienzo. En cambio, sentía el mismo pánico que debían sentir los escritores ante la página en blanco. Hablar de un mundo de posibilidades es un eufemismo para decir que no tienes idea de hacia dónde dirigirte. Y ella no sobrellevaba bien la incertidumbre ni el ocio que la acompañaba. Había anhelado tanto estas vacaciones forzadas y ahora deseaba que llegaran a su fin. Tenía la insoportable sensación de no haber logrado nada. 

Su título universitario colgado en la pared indicaba otra cosa. Las fotos de sus viajes de aventura encima de su cajonera, también. Pero todas esas señales que a otros les gritaban que su vida había sido exitosa hasta ahora, a ella no le dirigían la palabra. Sola, en silencio, rodeada de la nublazón del día, fumó por hacer algo. 

Recorrió con la mirada su habitación. Más que un espacio para dormir, este cuarto era su reino, el (único) rincón del mundo que le pertenecía. Y como cualquier territorio, había que reconocerlo. Habían pasado años desde la última vez que limpió el armario, los cajones, que reacomodó el librero. Parecía el momento histórico adecuado para hacerlo de nuevo. 

Apagó la colilla en el marco de la ventana y abrió la primera de las cajas que llevaban años apiladas junto al escritorio. Micas, carpetas y papeles sueltos vieron con indiferencia la luz, después de años de sombras. Ni siquiera recordaba qué criterio había seguido para meter papeles en una caja u otra. A partir de ese momento, Alejandra pasó muchas horas redescubriéndose, recordándose, en algunos casos incluso conociéndose. Haciéndose preguntas, sobre todo. ¿Por qué guardé esto? ¿De quién es el teléfono que anoté aquí? ¿Quién es V.P.? ¿Cuándo gasté $7,234.65 pesos en artículos de papelería?

Y de repente, sin esperarlo, tuvo entre sus manos el papel que significaba el inicio de su amor por la escritura. En ese momento lo entendió: aquel concurso de cuento organizado por una escuela que había quebrado hacía una década, dirigido a niños que apenas sabían escribir, le había mostrado la puerta a un universo que no había abandonado desde entonces. No tenía idea de que su madre había conservado aquella constancia impresa en papel bond y sin colores que daba cuenta de su “entusiasta participación” en el certamen. Pero supo, sin un asomo de duda, que había sido entonces cuando había aprendido que siempre podía recurrir al papel para expresarse, aunque su voz estuviera siendo aplastada, acallada, ignorada.

El último sobre que revisó correspondía, irónicamente, a los primeros días de su vida. Recibos de un hospital que ya no existía, con montos expresados en una moneda que ya no se usaba. Partes médicos que indicaban que su edad era de 3 días y todavía no contaba con nombre propio. Qué poco dicen de uno los apellidos, pensó. A pesar de no tener hermanos, no se reconoció en aquellas dos palabras. Lo que sí supo entonces fue que había logrado mucho. Había crecido, al menos.

La historia de todos está escrita en alguna parte. Por lo general, está disponible para lectura en cualquier rincón de nuestro propio cuarto.

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.

*Imagen destacada: pamelatowns