Hay varios elementos comunes a las historias de terror. Primero, una situación tensa e inesperada que pone al protagonista en apuros. Un monstruo responsable de la situación. Un grado variable de violencia y sangre en el proceso de resolución del problema.
Esto, cuando el terror es producido por un estudio de cine con presupuesto. Pero también hay historias de terror cotidianas, que surgen inesperadamente; como espinas que pican el corazón y lastiman en grado variable, dependiendo de las circunstancias. Yo encontré mi propia espina en un autobús, en un viaje que debía durar tres horas pero duró cuatro.
Una historia más de acoso, pensarán con fastidio quienes ya se han hartado de ser forzados a ver la realidad a los ojos. El problema de estas historias es que no se trata de un argumento de novela que haya sido sobreexplotado, sino que de verdad cada una representa una vejación a una persona de verdad. Y yo sabía esto y lo creía, pero nunca me había tocado vivirlo. No sabía cómo se sentía esa espina hacia el corazón. Sentirse ofendido en la dignidad provoca un escozor particular.
Con la incredulidad inherente a mi candidez, percibí un movimiento anormal del hombre que viajaba junto a mí, quien, en la primera mitad del viaje, se había dedicado a dormir con muy poca gracia, pero sin causarme ninguna molestia. No, me dije, parecía decente cuando se sentó. Me agradeció que me levantara para dejarlo pasar. No creo que esté… Pero no cabía duda de hacia dónde se dirigía su mano.
No quería mirar pero no podía dejar de hacerlo. No faltará quien diga que a las mujeres nos da un cierto placer describir estas cosas y que por eso somos tan explícitas en las descripciones. Nada más lejos de la verdad; nada más difícil que escribir esto que escribo. Me da náuseas de solo tener que volverlo a imaginar para escribirlo.
Me giré parcialmente para darle la espalda y no tener que verlo posar su mano sobre sí mismo y la reacción física correspondiente. Pero no quería llamar la atención, como si la culpa de lo que estaba pasando fuera mía. Incluso me pregunté si eso calificaba como algo inapropiado. Mi propio malestar me indicó la respuesta y decidí darla por buena, pero ello no impidió que decidiera guardar silencio y la apariencia de normalidad de todos modos. Fijé la vista en mi pantalla, que irónicamente mostraba una película animada que vi en mi infancia sobre una mujer empoderada que desafía las convenciones sociales de su entorno y triunfa por encima de las dificultades. Qué distante de ella me sentía yo en ese momento, qué poco poderosa en comparación.
No hay desenlace para mi historia de terror. Me bajé del autobús y no le dije nada a nadie. Hasta ahora. Pero es cierto lo que me dijo una amiga con más experiencia que yo: todas tenemos un monstruo. Lo malo de los monstruos de la vida real es que tienen apariencia promedio y son más difíciles de identificar que los de las películas. Los ubicamos hasta que ya es demasiado tarde.
«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.
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