Eugenia abrió los ojos y la oscuridad le llenó la vista, a la par que el dolor le inundaba la cabeza. Una noche más de insomnio y jaqueca. Como siguiendo la orden de un amo invisible, bajó las piernas de la cama y buscó las pantuflas con los pies. Volvió a abrir los ojos sin recordar cuándo los había cerrado de nuevo y se encaminó a la cocina sin encender la luz. 

Mientras abría el cajón de los cubiertos y rebuscaba con la mano el frasco de las pastillas —con los ojos cerrados, otra vez—, se preguntó por tercera ocasión en la semana por qué dormía tan mal y por qué le dolería tanto la cabeza. Y se respondió, por tercera ocasión en la semana, que siempre había sido de sueño ligero pero que esto era una exageración. Y que el dolor de cabeza, pues, no sabía por qué. De verdad, no tenía idea.

Aunque, pensándolo bien, quizás se debía a esa difícil situación de trabajo del anterior martes. Con decir que el estrés de lo ocurrido había provocado que ella, tan estricta en sus horarios de comida, terminara engullendo unos crujientes chilaquiles verdes a media mañana. Eso sí, se cuidó mucho de que sus colegas la vieran y se lavó los dientes antes de volver al escritorio. 

Pero no, seguro no se debía a eso. Dios, de qué le servía que su madre la hubiera considerado “bien nacida” y haberse hecho acreedora a su nombre, si había de despertar con la sensación de tener la cabeza partida una noche tras otra. Con los ojos abiertos al mínimo se las arregló para servir agua en un vaso de plástico verde —ya pálido por el uso— y tragar dos pastillas. Luego dos más. El dolor era demasiado intenso como para respetar la dosis.

Ah, seguro era culpa, entonces, de la nefasta llamada telefónica que tuvo el jueves en la mañana. Marcela había recibido una mala noticia y decidió que desahogarse con su hermanita era la mejor opción. Eugenia siempre apreciaba que Marcela la considerara una digna confidente. Después de todo, habían pasado años distanciadas y hubiera sido lógico que ella tuviera otros oídos fieles a los que recurrir. Pero no, Eugenia había sido la elegida para enterarse de todo aquello. 

Por eso decidió darse permiso de disfrutar algo de comer fuera de horas por segunda, no, tercera vez en la semana, y optó por un vaso grande de café sabor mantequilla con doble crema. Ahora recordaba el atracón de alitas del lunes, pero bueno, la promoción solo estaba vigente ese día y 100 alitas entre dos personas no era nada para espantarse. Pobres pollos, tan raquíticos ellos. Finalmente, se había tratado de un evento extraordinario, y no había nada malo en darse un gusto de vez en cuando. Y el café se lo tenía que tomar de cualquier manera, de otro modo no podía concentrarse.

El miércoles, concluyó, había sido el día más tranquilo. Un día bonito, ahora que lo pensaba. Todavía conservaba en su refrigerador un trozo del pastel de la compañera de trabajo que cumplió años ese día. Apenas 25, tan joven y bonita ella. Aprovechó que nadie estaba al tanto de su rompimiento con Ignacio para sustraer dos rebanadas, con el pretexto de llevarle una. Es que qué pastel de cajeta más excepcional, “con lo dulcero que es, le va a encantar”. Ignacio era del agrado de todos sus colegas, tanto más fácil tener un buen gesto (aunque ficticio) con él. Pensó en comerse en ese momento el pedazo que aún conservaba, en la oscuridad de la cocina y para que las pastillas no le irritaran el estómago. Pero se contuvo.

O mejor dicho, la mitad de la pizza con orilla rellena que había ordenado unas horas antes todavía la tenía bastante satisfecha; a pesar de haberse obligado a vomitar los últimos bocados. Era importante conservar la disciplina. Por eso se tomó el resto del agua que se había servido y lavó el vaso verde pálido. El orden material se refleja en el orden mental, o algo así le habían dicho en la terapia. 

Satisfecha por sus buenas decisiones y con el dolor de cabeza ya disminuido, Eugenia arrastró los pies de vuelta a la cama y durmió sin soñar.

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las 47 sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.

*Imagen destacada: Tiziano Zaffiri