A Sofía no le gustaba llorar. Logró contener las lágrimas durante días, pero la tristeza finalmente se le impuso el viernes por la mañana, mientras se preparaba para la entrevista de trabajo. Un trabajo que, en caso de obtener, solo le supondría mayores motivos de angustia. La ubicación era remota y las prestaciones, poco generosas. Pero todos esperaban que obtuviera el puesto y lo conservara por más tiempo que sus empleos anteriores. “Solo cumple con el contrato de prueba y ya veremos”, le había dicho por teléfono su madre la tarde anterior, con un tono que mezclaba reproche y escepticismo. 

Sofía conocía bien los tonos de voz de su madre. No necesitaba mirarla a la cara para saber que constantemente cumplía con la expectativa de decepcionarla. Paula, por otra parte, todavía no había vivido suficiente tiempo con Sofía para notar que estaba cantando con menos entusiasmo que otras mañanas, al intentar la hazaña de ponerse sombras en los párpados mientras sus lagrimales aguaban y no estropearse las pestañas recién colocadas en el proceso. Quién diría que los ojos pueden ser objeto de tantas atenciones de manera simultánea. 

Pensó en repasar en el camino su folleto de consejos sobre cómo enfrentar una entrevista de trabajo, pero desechó la idea en el último minuto. De nada le había servido en ocasiones anteriores. De hecho, sospechaba que le había jugado en contra llevar el folleto consigo a las entrevistas, y en todo caso, se sabía los consejos de memoria. El contenido era bueno, pero no había funcionado con ella. Al parecer, sus respuestas parecían demasiado ensayadas y poco honestas, y eso esfumaba la confianza de los empleadores. 

Paula se acercó al espejo, y al notar enrojecidos los ojos de su compañera de departamento, le tendió un trozo de papel, sin decirle nada pero con un gesto que emanaba empatía. Sofía le dio las gracias entre dientes y se apresuró a terminar de arreglarse. Para colmo, las densas nubes amenazaban con venirse abajo en cualquier momento; mejor encaminarse antes de la lluvia. Armada con botas y paraguas, e ignorando sus propias tormentas interiores, Sofía salió a la calle. Mientras caminaba evadiendo los charcos, se propuso ser más amable con Paula en adelante; aquella chica aburrida merecía ser la protagonista del departamento de vez en cuando. Aunque Sofía dudaba seriamente que tuviera algo interesante que contar.

Paula vio alejarse a Sofía desde la ventana y siguió con la vista su paraguas verde hasta que este se perdió entre las copas de los árboles. Ojalá esta entrevista saliera bien; estaba cansada de sufrir en silencio, de ver sus tragedias opacadas por las de su compañera. Era cierto que la situación de Sofía era complicada, y Paula admiraba genuinamente su persistencia y buen ánimo. Pero había llegado el momento de decirle la verdad, que con seguridad no tomaría bien. Sofía apreciaba ante todo que Paula no tuviera a nadie, por eso había decidido vivir con ella y no con alguna otra candidata. A pesar de ello, mejor decírselo de frente, en cualquier caso, que seguir en silencio hasta que la realidad hablara por sí misma. Mientras pensaba esto, se llevó las manos al vientre sin darse cuenta.

La lluvia enmarcaba las reflexiones de ambas, obviando la distancia no solo geográfica sino también emocional que las separaba. Ninguna de las dos imaginaba entonces que en adelante brincarían juntas muchos charcos más, y que esa aparente distancia se esfumaría seis meses después, convirtiéndolas en familia de manera circunstancial. Finalmente, ¿qué mejor familia que la que uno escoge?

«Lazos» de Regina Garduño Niño es una antología de cuentos inspirados en la vida cotidiana y las extraordinarias cosas que allí florecen. Sigue la publicación de las 47 sutiles y encantadoras historias que conforman «Lazos» en El Blog de Evidencia Estudio.

*Imagen destacada: «Glass Tears» de Man Ray