Cuentan que el 8 de noviembre de 1519, Hernán Cortés y Moctezuma se “encontraron” en Tenochtitlan. También se ha dicho que el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón “descubrió” América. Estas son solo dos —tal vez las más notables— de las insidiosas narraciones utilizadas para tejer el mito del mestizaje.  

Su precisión las tiñe de veracidad y las palabras cuidadosamente elegidas para traerlas a la vida ocultan el hecho de que estas historias, como cualquier otra, tienen muchas caras. Por otro lado, algo tienen de necesarias. 

México desborda sus propias definición y territorialización; y así, el Estado que lo sostiene solicita constantemente puntos de anclaje que justifiquen la reducción de este espacio conceptual a tan solo unas cuantas vetas discursivas sobre la identidad, que sean lo suficientemente concretas como para ser manejables; administrables

Convenientemente, estos ejes del discurso favorecen a quienes históricamente se han agenciado los poderes de este país, forjado a fuerzas. Y, a su vez, excluyen y discriminan, los rasgos de las otredades —a veces de forma muy condescendiente y delicada; otras veces, con toda su fuerza judicial.

En otras palabras: México es racista. Bien racista. Y lo es porque este aparato estatal que conformamos todos —aunque no nos guste—  no ha encontrado otras formas de narrarse a sí mismo; a pesar del tiempo; a pesar de que sus viejos mitos no están resistiendo el embate de lo contemporáneo; a pesar de que la historia lo contradiga; a veces, incluso, a pesar de sí mismo. México es tan racista que a veces no se aguanta y ya no quiere ni escucharse. Entonces, no dice nada y deja que las cosas pasen, como si no pudiera hacer nada. 

Bien se ha dicho que los habitantes de este territorio —como quiera que nos hacemos llamar— tenemos una “deuda narrativa con nosotros mismos”; deuda que solo podrá pagarse en conjunto; honrando, sí, nuestra unicidad personal, tanto como nuestra diversidad colectiva e, idealmente, instituyendo algo así como un mito mexicano del anti-racismo. Pero, ¿por dónde empezar? 

Cuando no hay respuestas, se vale volver a la tierra

Allí, en el territorio, en su dimensión plenamente material, existen maneras de estar que podríamos replicar en otros niveles. Y tiene sentido dejarse abrazar por la tierra —por sus formas y patrones, sus esquemas de relación— cuando las dimensiones antropológicas se muestran insuficientes. 

Cuando no hay respuesta, se vale volver a la milpa. Miremos al maíz, el frijol y la calabaza, entidades que co-existen a través de la negociación, la asociación y la adaptación. Son enteramente distintos y, aún así, se las arreglan para tejer un ecosistema ejemplar. ¿Qué podemos aprender de ellos? A continuación, algunas derivas.

I: El “racismo a la inversa” no existe

“El racismo a la inversa no existe” es una frase que se escucha, cada vez con más frecuencia para deslegitimar el reclamo de algunos sujetos blancos o de clase socioeconómica alta cuando expresan que han sido discriminados en un sentido racial. 

Esta deslegitimación se funda en el hecho de que el racismo es un esquema socio-simbólico que clasifica a los sujetos de acuerdo a su color de piel o su identidad étnica y que instaura una jerarquía donde los blancos tienen mayor valor simbólico y los negros no tienen. El valor se traduce en poder, transformando a este en un esquema de opresión. No, el “racismo a la inversa” no existe. 

Por otro lado la racialización —el proceso de asociar rasgos corporales específicos a una raza— es multidireccional: puede darse de negros a blancos, blancos a negros, morenos a negros y, entre todos los matices incontables, inenunciables y, básicamente, absurdos. Yásnaya Elena Aguilar lo resume bien: 

Así, toda política asociada a la racialización de los sujetos, termina por ser racista. Más allá del sentido en que se aplica ese racismo, el problema recae en que uno aprovecha el cómo se ve un sujeto para determinar cualidades absolutamente disociadas de esa materialidad. Es como si dijéramos que una de las 64 variedades de maíz, o una de las más de 50 de frijol es más valiosa que las otras por el significado que le asocio no a sus propiedades, la forma en que fue cultivado o a su uso, sino a su aspecto. Es un ejemplo un poco absurdo, pero así de injustificable es la actitud que motiva la racialización. 

Por otro lado, todos racializamos. El cuerpo es la evidencia más concreta que tenemos de lo que un sujeto es y, a lo largo de nuestra historia personal, hemos asociado ciertos significados a diferentes cuerpos. ¿Es reprochable? sin duda.

Y, simultáneamente, un cuerpo nos cuenta una historia, nos remite a un espacio de origen; como el color del maíz, que nos puede dar pistas sobre su procedencia, sobre su valor para la comunidad que lo ha cultivado; pero para dar valor a esa historia, uno debe dejar hablar al sujeto y tener en cuenta que todo lo que la piel del otro me dice a mí, habla de mi propia tradición y de mis propias creencias.

II: La horizontalidad llevada al extremo es plenamente infértil

 

¿Sabes por qué muchas comunidades luchan por rescatar al maíz nativo y eliminar al transgénico? Aquí un resumen: 

un estudio reciente de la UNAM ha demostrado que más del 90% de las tortillas que consumimos son de maíz transgénico. Este último tiene muchas desventajas, pero la principal es que, a diferencia del nativo, no tiene variedades naturales.

Sin variabilidad nos arriesgamos a que el maíz no sobreviva a nuevas plagas y contingencias ambientales; las especies nativas varían para adaptarse a los cambios en su entorno. 

Otra desventaja es que el maíz transgénico está contaminando al nativo y podría hacerlo desaparecer. Sin nativo, tampoco tenemos transgénico. Este último depende de la existencia del primero para seguirse produciendo pero, paradójicamente, también lo está haciendo desaparecer. Por otro lado, los pesticidas usados en las siembras transgénicas son muy cuestionables (según el mismo estudio, cancerígenos y dañinos para el medio ambiente). Si de patrimonio biocultural se trata, es mejor consumir nativo que transgénico. 

Sin variabilidad nos arriesgamos a que el maíz no sobreviva; pero lo mismo podría decirse de casi cualquier cosa. Si la humanidad solo tuviera una forma de estar en el mundo, no sobreviviría a un embate biológico o cultural muy potente; así como si todos nuestros cuerpos fueran iguales, un solo virus podría extinguirnos sin más.

La racialización y su operativización fascista —el racismo— cumplen (y tal vez sin quererlo) la función contraria: apelan a la diversidad, pues solo pueden asegurar la legitimación de una variedad humana con respecto a la representación de las otras. Por su parte, un proyecto “incluyente”, como podría ser el mestizaje que aún en nuestro tiempo articula el Estado mexicano, puede resultar aún más engañoso y peligroso.

Yásnaya Aguilar ha hablado de esto también, usando como ejemplo la “gastronomía mexicana” o los “trajes típicos” del país: una conjunción arbitrariamente curada por el aparato del Estado a lo largo de su historia, que hace evidente la supuesta naturaleza multicultural del ser mexicano, sacando de contexto rasgos de diversas etnias que habitan el territorio. 

Esta operación es necesaria para mantener la consistencia del estado-nación. Hablar además, en favor de la diversidad, hablar de mestizaje, de reunión puede ser más poderoso que hablar de etnias individuales. Es, en resumen, una estrategia para gobernar a más sujetos. En el discurso del mestizaje y del amor patriótico por la diversidad se disuelven las particularidades, se neutraliza a las otredades. Esta identidad horizontal nos esteriliza:

La forma resiliente, la que abarca todos los encuadres, esteriliza, no nos permite posibilidad de cambio. Forza en nosotros funciones trascendentales. Limita nuestro movimiento y establece nuestras posibilidades técnicas. (Garduño, inédito)

Y el mestizaje es un proceso cruel, porque ha hecho de sus otredades a los sujetos racializados como negros. Escribe Mónica Moreno Figueroa:

[…]la ideología del mestizaje es la pieza clave para entender cómo funciona nuestro racismo, es decir, el mestizaje es el proyecto racial mexicano. Uno que está caracterizado por la pretensión de la aceptación de la mezcla racial, bajo procesos violentos de asimilación, con pilares fundados en el racismo antiindígena, antiasiático y antinegro.

¿Te asumes mestizo?

III: Co-existir implica co-adaptarse

Una identidad no racializada y una entidad que no racializa es, por principio, flexible: tiene que poder respetar la auto-definición racial de un sujeto y comprenderla como parte de su historia de vida; negociar con el hecho de que ella misma es racializada por otros, y saber que la raza que le es asignada es otra de sus “personas”: una máscara a la que puede recurrir para explicarse a sí mismo su estar en el mundo.

El balance es complejísimo. Se trata de tomar lo que uno necesita del mundo, sin asumir nada sobre este. También implica relacionarse con los sujetos respetando sus condiciones de negociación. Recuerda, sin duda, a lo que pasa en la milpa. Escribe Javier Barros del Villar:

Cuando pienso en milpa, pienso en un modelo «perfecto», creado por el ser humano en colaboración con la naturaleza. Por perfecto me refiero a un sistema en equilibrio pleno, que cumple sus funciones de manera inmejorable y que es auto-sostenible.

…su perfección es tridimensional. Sus atributos los manifiesta, no sólo exteriormente, en la sinergia de los cultivos que incluye, también se replica en el interior del organismo, en un plano nutricional y, finalmente, en su capacidad para hacer germinar riqueza cultural.

El tallo del maíz se alza, hasta tres metros, y sirve como eje para que el frijol, planta trepadora, se sostenga; a cambio, el frijol amplía el suministro de nitrógeno al maíz, uno de los nutrientes que más necesita este último para desarrollarse. La calabaza es rastrera, crece en la base de la mata de maíz; así ayuda a conservar la humedad en el piso y, por la estructura de sus hojas y una sustancia que libera, a proteger al resto de ciertos animales e insectos.

Dentro de la milpa crece una gran variedad de hierbas silvestres, los quelites, cuyo sabor y valor nutricional complementan admirablemente al resto. Cuando se incluye el chile, que generalmente se siembra en los márgenes de la parcela, la planta funge como como escudo al resto del cultivo, ya que ahuyenta diversas plagas.

IV: Hay rasgos de uno que no son negociables

Entre tanta abundancia y generosidad, el maíz, el frijol, la calabaza y el chile aún tienen que crecer. No hay otra motivación. Tienen que reproducirse. Tal vez —no se podría asegurar lo contrario— su asociación cumple un fin más grande aún que la milpa. Tal vez el maíz, la calabaza, el frijol y el chile no son más que células del órgano milpa y la milpa conforma junto a otros órganos un cuerpo tan grande que no podemos vislumbrarlo. Pero, de cualquier forma, tienen que crecer y si lo hacen de manera conjunta y coordinada, tal vez sea para administrar mejor la energía de la que disponen. 

Y esto es sin duda imitable. Por otro lado, hay no negociables. En el caso de estas plantas, la reproducción es el rasgo más importante. En el caso de uno mismo, habrá que ir estudiando cada quien su propia historia y sus propias intenciones. ¿Qué rasgo simbólico de tu propia racialización no estás dispuesto a dejar ir? ¿De cuál depende tu identidad para existir? Tendremos todos que defender nuestros no negociables; también son valiosos.

Pero, eso sí, no podemos imponer estas zonas oscuras de nuestra propia historia en las narrativas que los otros construyen de sí mismos. Tal vez, para empezar el diálogo, habría que ser transparentes; revisar nuestra historia con todas sus letras. Escribe José Angel Koyoc Kú:

[…] creo que cualquier tipo de reconciliación entre las naciones que habitan México no puede darse, entre otras cosas, sin una revisión de las historias disímiles de aquellas colectividades cuyas voces han sido silenciadas u omitidas y de las memorias históricas […]

Por su parte, escribe Yásnaya Aguilar:

Sin los efectos del colonialismo, sin el despojo del territorio de los pueblos indígenas y sin la esclavitud de las personas afrodescendientes es imposible explicar el desarrollo del sistema capitalista y la actual división entre países considerados de primer mundo y países calificados despectivamente como del tercer mundo o la crisis climática a la que se enfrenta la humanidad derivado de este sistema económico. 

Los cánones de belleza, el asesinato de defensores del medio ambiente, la posibilidad de poder acceder a ciertos trabajos, la pauperización de los pueblos indígenas en la actualidad son efectos del colonialismo en funciones. 

En las narrativas oficiales, lo sucedido hace más de quinientos años quedó en el pasado y poco se ha difundido y enseñado en la historia oficial sobre las líneas que unen esos hechos con la manera en la que el mundo funciona en la actualidad. Ponerlos en relieve es fundamental porque, si bien no podemos hacer nada con respecto de esos acontecimientos, podemos sí, trabajar en la manera en la que los efectos del colonialismo funcionan en estos días, desenmascarar sus dinámicas y comenzar a pensar cómo, desde diversas trincheras, desarticular sus violencias más que vigentes […]

V: El origen importa 

Esta afirmación se hace visible en cada uno de nuestros rasgos. Se mira en el maíz: importa dónde fue cultivado, por quién y en qué condiciones. El microclima de su milpa, termina por formarlo y su relación con otros maíces, a través de la polinización, determinará su destino genético

El origen importa. El espacio donde nos configuramos; las primeras imágenes que guardamos del mundo. Los atributos fundamentales que le reconocemos a la existencia están asociados al origen, a los estímulos que golpearon nuestro cuerpo, que asociamos con nuestro presente. Nuestra tradición socio-simbólica importa. Lo que sabemos del mundo ha sido interpretado con la lente manchada por las improntas asociadas al origen.

Por otro lado, el orgullo étnico es potencialmente peligroso. Es una política racial y, por lo tanto, necesita utilizar a otros para legitimarse. Cuando el orgullo aflore, hay que recordar que todos somos nativos de un espacio; somos nativos de una topografía, de una forma de describir el mundo. Y ninguna de estas abstracciones vale más que otra, son a su manera, igualmente delimitadas, igualmente infinitas.