Hoy viví un simulacro de “normalidad”, por unos breves instantes me olvidé de la pandemia y de la realidad; en Tepoztlán, la gente sentada a las mesas de un pequeño café, algunos con cubrebocas y, otros, guardando distancia. Todos disfrutando su café y conversando. Una escena que en otros tiempos hubiera pasado inadvertida por su naturalidad, hoy se veía más bella y esperanzadora que nunca. 

Añoré la libertad de poder sentarme en un café cualquiera a leer; no es algo que hiciera a menudo en la antigua vida —ahora le llamaremos así a los años cuando transitábamos libres: “la antigüedad”, la “antigua normalidad”—, pero al menos existía la posibilidad de hacer lo que quisiera y tocar a quien quisiera. 

 

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Sarah Addouh

Vino a mi mente la famosa frase “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Pensé en todas las actividades ahora prohibidas que no aproveché: disfrutar un mezcal en el restaurante; leer en un café y observar al resto de los comensales; pasear en las tiendas viendo ropa; comer un helado en la frescura de una plaza; ir a la cineteca y comer churros, café o esquites; correr en el parque (cuánto extraño el viento golpeándome en la cara y mis piernas casi independientes a mi cuerpo pisando fuerte); caminar por las calles sin propósito alguno más que observar los edificios y buscar un buen puesto de taquitos; perrear hasta el piso pegajoso en un antro sobrevalorado; nadar en el mar y comer camarones con las manos pegajosas… Jamás pensé que perdería la libertad de transitar y vivir espacios, pensé que eso sólo pasaba en la ficción.

 

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Tyler Shields

Me paré en la banqueta bajo una sombra. Con el cubrebocas al cuello, me quedé mirando la calle. La gente caminaba con bolsas de mercado, paseando a sus perros, todos iban solos. Por unos breves instantes me olvidé de la tragedia que dio vuelta a nuestras vidas y me concentré en los transeúntes, ¿qué pensaban ellos? 

Yo sólo sé que no quiero vivir en un mundo donde tenga que reprimir mis impulsos físicos; donde el resto de los humanos son enemigos que pueden contagiarme de COVID-19; donde no se puede festejar la vida de los abuelos; ni cargar a los bebés recién nacidos. No quiero vivir en un mundo donde no puedo reunirme con mis amigos a cocinar y agarrar la comida con las manos, compartir vasos y abrazarnos. No quiero un mundo donde las pláticas cordiales con las cajeras del súper se conviertan en trámites veloces de monosílabas paranoicas; donde la gente en lugar de buscar miradas de bondad en los desconocidos, evite el contacto a toda costa. No quiero un mundo donde se incita al miedo y se desmotiva la conexión. Donde es más peligroso salir a tomar aire fresco y despejar la mente, que ser un cuerpo sedentario y deprimido en el sillón de casa. 

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Matheus Boletti

Somos prisioneros de nuestros cuerpos; los que antes eran territorios, comunes se convirtieron en campos de guerra; espacios muertos y ajenos. Somos prisioneros de nuestras mentes. La pregunta no es si volveremos a “la normalidad”, la pregunta es cómo volveremos. Cómo re-insertarnos a una sociedad desolada, aterrada, abusada, dolida, confundida y sinsentido. 

Veo por la ventana, mis vecinas bugambilias me devuelven la mirada. Ellas no saben lo que pasó, no conocen el desconcierto que nos aqueja. Ellas sólo son bonitas y, llenas de color, bailan con el viento; se regocijan con la lluvia; reciben a las abejas. Disfrutan cada estación del año y son un recordatorio de la arbitraria belleza del mundo. Nada tiene sentido. 

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Austen Leathers

¿Y si nos pintamos de bugambilias y bailamos en la lluvia? ¿Y si, por unos minutos, callamos nuestras mentes dominantes y escuchamos el silencio, o los tamales oaxaqueños, o lo que sea que haya? ¿Y si, en lugar de despertar y lamentarnos, llamamos a ese amigo que sabemos que le cuesta levantarse temprano? El mundo perdió el sentido, perdió muchos sentidos. Pero nosotros, los seres humanos, estamos tan llenos de sentido que dotamos de significado hasta a los detalles más insignificantes. 

Llegó el momento más esperado de algunos, y más temido de otros: buscar el sentido adentro. Llegó el momento de girar los ojos al revés y ver dentro de nosotros mismos. Cada cuerpo es un universo desconocido exigiendo ser descubierto, y hay que atrevernos a inspeccionar esos rincones coloridos y atormentados que llevamos dentro. 

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Morten Lasskogen

Si prestamos atención a las pequeñas cosas que no teníamos tiempo de ver, se desenvuelve ante nosotros un interminable manto de posibilidades. Re-configuremos el mundo, aprovechemos el sinsentido para trazar un nuevo camino juntos, cada quien desde su pequeño universo.