Aparecer es [hacer visible]. Su contrario, desaparecer, es [invisibilizar]. Ambos conceptos son espectros del estar en México. En este país se sufre una terrible crisis de desaparecidos que se acentuó desde 2006, cuando comenzó la guerra contra el narco; pero que en realidad se gestionó mucho antes.
La desaparición en México ha sido mecanismo político; también acto terrorista; estrategia para sistematizar la violencia de género. Y hoy, con más de 60 mil sujetos que no aparecen, el desaparecer es una pesadilla constante que acecha a una población sumida en una guerra —que parece discreta por sus proporciones y localización; pero que tarde temprano nos toca a todos, de distintas maneras.

Lo tremendo de esta crisis es precisamente su dimensión onírica; como experiencia se trata de un fenómeno infrarreal, que no parece responder a una lógica rastreable. ¿Dónde están? es la pregunta que repetimos, sabiendo que la respuesta es transparente, líquida, viscosa. No hay concreciones. No hay motivos que puedan anclarse a una definición de humanidad aceptable. ¿Dónde están? Muchas veces, no hay respuesta.
Sin embargo, esta imposibilidad conceptual —que quienes no hemos experimentado la desaparición nos detiene en seco y transgrede nuestros valores cotidianos— no frena a las víctimas en segundo grado de este evento desgarrador. Madres, padres, hermanas, hermanos, abuelas, abuelos, tíos, tías, amigos, novias, novios, maestros: están buscando.
A su vez, estas presencias invisibilizadas —los desaparecidos— se manifiestan de muchas maneras: como número; como noticia; como fantasma de las políticas pasadas; como a argumento en contra de las políticas presentes; como un nombre entre otros miles de nombres —y contando. Y frente a una crisis que simplemente sobrepasa toda reflexión; que no se ha disuelto con el tiempo, y que no da tregua a este territorio —ya de por sí complejo e insólito— de pronto se abren nuevas formas de mirar al desaparecido.
Estas nuevas manifestaciones, estos nuevos estares son muy necesarios. Necesitamos mirar esta crisis buscando la intimidad, para volver a hacer visibles a sus víctimas; para realmente solidarizarnos; antes de dar el paso hacia una acción conjunta. Esto es a lo que apunta el proyecto Recetario para la memoria.
La cocina que evoca
El Recetario para la memoria es un ejercicio colaborativo ejecutado por Las Rastreadoras del Fuerte, un colectivo de 130 mujeres, familiares de personas desaparecidas en México que se apoyan en las acciones de búsqueda; especialmente en el estado de Sinaloa.
Su función es, sobre todo, encontrar a sus familiares; pero también poseen información esencial sobre esta situación que azota a México y utilizan estos saberes insólitos para asesorar a nuevas víctimas e informar a la población sobre este elusivo fenómeno, ligado al crimen organizado; el trabajo forzado; los secuestros y las fosas clandestinas.
Como escribe María De Vecchi Gerli para el sitio web del proyecto, “las familias de las personas desaparecidas, y en particular sus madres, hermanas, abuelas, esposas, han tenido un papel fundamental en traer al espacio público a todas las personas que nos faltan como sociedad.”
Y a partir de estos ejercicios surgió el Recetario, que nos presenta los platillos preferidos de algunos de los miles de desaparecidos de México, contados por las mujeres que les cocinaban cuando aún estaban en casa. El Recetario (que puedes reservar aquí) incluye narraciones, nombres, ingredientes y preparaciones, como cualquier otro manual gastronómico; solo que este convoca, a través del sensible acto de cocinar, la presencia de quien nos falta a todos.
¿Y por qué la cocina?
Pocos actos tan simbólicos, especialmente entre mexicanos; pues todos nuestros ritos colectivos van acompañados del acto de comer y compartir comida. Las comidas rigen nuestros horarios; rigen la estructura de la casa; son nuestro vínculo directo con la tierra; y los platillos mexicanos son la máxima manifestación de nuestra biodiversidad y una importante muestra de nuestra diversidad cultural.
Cocinarle a alguien es un discreto acto de amor; como buscarlo. Cocinar es convocar a la mesa, que es el centro de la casa y el espacio compartido. Y en este acto de cocinar lo que le gusta a quien no aparece, lo traemos a presencia, con los olores y sabores; texturas y visiones; sonidos y memorias.
Algunas rastreadoras, al contar la experiencia de volver a cocinar estos platillos, recuerdan que sintieron miedo y dolor; pero este acto de reivindicación de la memoria, resulta ser paliativo. El sabor provoca la sensación de acompañamiento, de presencia. El espectro de lo invisibilizado se materializa en el plato; vivo, porque se siente, se sabe, se huele, se toca. Es triste y mágico; es profundamente amoroso.
“Alrededor de la comida definimos quiénes son los nuestros” escribe Constanza Posadas Certucha, quien también dictamina que la hora de la comida es la hora de estar de ocupar ese espacio común. Por eso las Rastreadoras se animan a cocinar y nosotros podemos acompañarlas.
Activando otro espectro del estar, podemos estar cerca de ellas a través de este recetario; abrazarlas al cocinar para sus personas desaparecidas, que también son nuestras, en cierta medida.
En México, el estar es espectral; es en muchos casos un simulacro; un reflejo de la estancia. Pero se ha visto nuestra capacidad de hacer transitar a los espectros entre la vida y la muerte; de habitar múltiples dimensiones simbólicas; de sentir lo que no está; de aceptar el “error metodológico” que implica “suponer que lo que no se ve no existe” (pace H. López-Gatell). Podemos hacer visible lo invisibilizado. Podemos cocinar.
El 50% de las ganancias del proyecto editorial, que solo contará con 1000 ejemplares (hasta el momento), será para las Rastreadoras del Fuerte, que, han suspendido su vida productiva para seguir buscando a sus tesoros (así los llaman, porque son un fragmento valiosísimo de su vida; que buscan bajo la tierra) y que necesitan urgentemente el apoyo de todos. Es una buena forma de solidarizarte con la causa.