Ahí, donde la selva se abre apenas, se encuentra Huechen Balam, “el pozo del jaguar”. Localizada en el municipio de Yaxcabá, en Yucatán, se trata de una comunidad con menos de 200 habitantes cuyas vidas se articulan en torno a lo que sugiere el territorio habitado.
La milpa maya es el núcleo de la cotidianidad
El maíz es la melodía cotidiana de Huechen y la selva marca los ritmos; tejiendo una pieza circular que los locales interpretan, sin dudar, una y otra vez. Y con la elegancia de un fractal, todo proceso se integra al redondel.
Los animales crecen y se reproducen, van al pib (horno de tierra) y alimentan a quienes, a continuación, perpetúan la vida de sus crías. Las abejas polinizan los cultivos y son protegidas por la comunidad, a cambio de su miel y agradeciendo su vital función ecológica. Las hojas del huano sirven como techumbre para las casas que, apegadas a la reiteración, son orgánicas y solicitan techos nuevos cada cierto tiempo; pero el huano no se extingue, pues es vital para la comunidad.
Aquí la vida se concibe como un círculo
Se dice que el territorio que hoy es Huechen Balam lo habitaron hace más de 2,000 años; pero que después de la “Guerra de castas” fue abandonado. Luego, algunos mayas volvieron, buscando dónde sembrar y existir en otra dimensión, ajena al eje organizador que aún hoy se llama Estado mexicano; prefiriendo como guía, al territorio, a sus formas y procesos.
Aquí las relaciones no se cultivan en sentido “progresivo”; particularmente las relaciones entre sujetos y la tierra habitada. Aquí se cultiva la co-existencia. La energía vital de los hombres y mujeres que reconocen Huechen Balam como su casa, es donada, de forma recíproca, a la continuidad de los ciclos enunciados por el entorno. Y aunque hay formas de vida “domesticadas” (maíz, cerdos, abejas, huano), la selva las envuelve a todas. Son indisociables.
Pero ahí, dónde la selva se cierra, se abre paso la línea
Sin conciencia propia sobre este esquema, hay formas de vida que interrumpen el círculo. Se trata de líneas progresivas que trazan, ininterrumpidas, los caminos en el territorio, descuidando su topografía. En comunidades como la de Huechen Balam, el progreso no es una amenaza nueva; pero el frágil equilibrio que sus habitantes han trabado entre la vida maya tradicional y el vector del “desarrollo” está cada vez más cerca de esfumarse.
El Tren Maya —más propiamente, el principio organizador que lo impulsa— ha sido llamado un proyecto “colonialista”, precisamente porque pretende inscribir a todas las comunidades de la península de Yucatán en un esquema específico, anclado en la industrialización de los procesos de vida.
Habría que vivir las dos vidas (una circular y una progresiva) para juzgar adecuadamente a cuál quiere uno donar su energía; pero es importante recordar, que el éxito de los procesos colonizadores recae en la invisibilización de otros mundos, y de la naturalización de un principio de organicidad determinado; volviendo absurdo cualquier intento de existir fuera de este.
Es claro, en el caso del Tren Maya, cómo los funcionarios que buscan impulsarlo, piensan que sus opositores —especialmente si son indígenas— están “desorganizados” y lo que necesitan son medios para sumarse al “desarrollo”, herramientas para industrializar sus procesos de vida.
A todo esto habría que sumarle el impacto ambiental que tendrá este megaproyecto en la región. Aunque, como escribió Raúl Benet “El verdadero impacto del tren maya no es su trazo ni su construcción, sino el modelo de desarrollo que entraña, que es el del gran turismo y la agro industria privada y eso es lo que vale la pena evaluar, discutir y valorar.”
Sobre todas las cosas, estamos hablando de un problema de comunicación. Impulsores y opositores del Tren hablan distintos idiomas y los esquemas de vida son, simplemente, intraducibles. El asunto es que los impulsores del Tren no están preocupados por traducir nada y el mensaje que están distribuyendo es que la región maya necesita de este proyecto; que no podrá sobrevivir sin él.
Quienes consumimos este mensaje, irremediablemente anclados en las formas de vida que apuntan a la industrialización, tenemos derecho a saber que el “progreso” es solo una forma de lectura; solo un principio para organizar el mundo. La pregunta no es qué forma de leer es “correcta”, sino, qué forma de leer es más adecuada para qué principio de vida. A algunos, la sostenibilidad nos convoca, especialmente en el contexto de una pandemia que pone en evidencia la fragilidad de lo progresivo. En este contexto, la línea recta demuestra no ser útil en el trazado del panorama presente.
Así, cuando el Tren parece ya ser un hecho, la conversación pública debe migrar urgentemente hacia otro sitio. La inminencia del Tren no tiene por qué representar la pérdida de otras formas de organizarse con el mundo. Y así, volvemos la mirada a Huechen Balam y su vida circular.